Con frecuencia, la perspectiva suele llegar tarde, cuando experimentamos pérdidas, tragedias o cambios inesperados que nos obligan a cuestionarnos la vida misma.
Hay revelaciones que solo aparecen cuando todo se quiebra, cuando la vida nos pone de rodillas, cuando perdemos algo profundamente amado o cuando el dolor nos paraliza.
Es entonces cuando, tardíamente, emerge la perspectiva que —si lo permitimos— se convierte en una maestra, permitiéndonos ver más allá del dolor, del ego o del momento presente.
Pero, ¿y si la perspectiva no tuviera que ser consecuencia del dolor? ¿Si pudiéramos anticiparnos a ella? ¿Y si fuera una elección cotidiana? ¿Un músculo que desarrollamos antes de que resulte urgente?

¿Qué es la perspectiva?
Hace un mes, una mañana en que me encontraba triste y estresada por asuntos laborales, mi mamá me llamó para hablar sobre sus deseos de viajar juntas en esta etapa de su vida.
Le expliqué que no podía en ese momento, que estaba enfocada en mis proyectos, aunque anhelaba profundamente tener más tiempo con ella. Mi mamá, comprensiva, se rió y dijo que lo entendía, que lo haríamos después.
Al colgar el teléfono, recibí otra llamada. Uno de mis mejores amigos, angustiado, me dijo: ‘Ana, atropellaron a mi suegra, está muriendo en este momento’.
No podía creerlo; había conocido a Brítes apenas un año atrás, una mujer maravillosa cuyo amor profundo te envolvía con solo estar en el mismo cuarto.
Su hijo tiene mi edad. Solo imaginarme en esa situación me golpeó fuerte, y de repente, mi angustia matutina por el trabajo, la tristeza y el estrés, se desvanecieron.
En ese instante, solo quería volver al teléfono y decirle a mi mamá que concretáramos esos planes que ella tanto deseaba.
En ese momento, mis prioridades se alinearon con mis deseos y acciones. El simple recordatorio de que la vida puede terminar en un instante transformó mi perspectiva inmediatamente.
La perspectiva desde la experiencia
Esa semana recibí dos llamadas más con noticias devastadoras: al día siguiente falleció un tío, y un día después, una prima. En una semana, perdí a tres personas conocidas, lo que me llevó a cuestionarme todo.
Tres seres maravillosos, saludables, con planes no solo para el día siguiente sino para un futuro por el cual habían trabajado años para materializarlo, un futuro que dejó de prefigurarse.

Los tres compartían el mismo anhelo: ‘ahora sí empezar a vivir la vida’, una vida pospuesta por décadas.
El mensaje era evidente, y tras estas pérdidas me he cuestionado durante semanas: ¿Estaría haciendo lo mismo si tuviera otra perspectiva del tiempo y de mi vida? ¿Viviría donde vivo? ¿Sacrificaría lo que estoy sacrificando?
Y surgió el temor de que quizás estoy viviendo sin perspectiva, enfocada en el ‘después’, en los demás, en las expectativas, en un futuro…, dejando escaso espacio para estar en el presente y mis prioridades.
Este cuestionamiento es muy común tras la muerte de alguien cercano o durante experiencias dolorosas o enfermedades. A veces, es entonces cuando comenzamos a valorar lo que realmente importa.
Pero, ¿y si no esperáramos a eso? ¿Y si valoráramos hoy mismo lo que más nos importa?
¿Qué pasaría si abriéramos la puerta a la perspectiva gradualmente, para evitar que irrumpa violentamente en nuestras vidas con dolor y arrepentimiento?
Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo cambiar de perspectiva sin experimentar el sufrimiento de la pérdida? Y, sobre todo, ¿cómo logramos que ese cambio perdure?
Vivimos anhelando más, sin percatarnos de que, en ocasiones, no necesitamos más, sino simplemente vivir plenamente con lo que ya tenemos. En lo personal, me ha costado encontrar ese equilibrio.
¿Cuándo comienza a perspectiva?
Considero que la clave para facilitarlo es justo la introspección. Cuando sacrificamos aspectos de nuestra vida por la razones auténticas, por lo que verdaderamente deseamos, al final la pérdida no genera tanta culpa.
Pero si sacrificamos nuestra vida por sueños ajenos, por expectativas sociales impuestas o por cualquier motivo externo, la pérdida puede resultar más dolorosa.
Cargada de culpa, cuando despertamos veinte años después preguntándonos: ¿Qué hice? O peor aún, ¿por qué no lo hice?
La perspectiva puede llegar a nuestra vida de dos maneras posibles: abruptamente con dolor o construyéndola poco a poco, día a día. Por eso la introspección es fundamental y constituye una forma de autocuidado.

Al cuestionarnos, nos alineamos con nuestro propósito y desarrollamos una visión más amplia de nosotros mismos, evitando el sufrimiento provocado por una perspectiva accidentada.
Aquí te ofrezco algunas preguntas para comenzar a practicar la perspectiva.
¿Cómo practicar la perspectiva?
Relaciones:
- ¿Estoy dando lo que quiero recibir?
- ¿Dedico tiempo suficiente a las personas que amo?
- Si mañana perdiera a quien más amo, ¿sentiría paz con nuestra historia compartida?
Trabajo y propósito:
- ¿Cuánta vida emocional me está costando mi trabajo?
- Si pudiera volver atrás, ¿elegiría este mismo trabajo?
- ¿Mi trabajo se alinea con quien soy, mis valores, sueños y propósito?
Autenticidad:
- ¿Estoy siendo quien soy o quien aprendí a ser para agradar?
- ¿Qué estoy callando por miedo al conflicto o al rechazo?
- ¿Dónde estoy traicionando mi intuición?
- ¿Qué parte de mí se oculta por vergüenza?
Tiempo y presencia:
- ¿Vivo más en el pasado, en el futuro o en el presente?
- ¿Qué momentos me hacen sentir más viva y por qué no los repito?
- ¿Estoy viviendo en automático?
- ¿Disfruto de los pequeños detalles cotidianos?
La perspectiva no emerge cuando corremos, sino cuando nos detenemos. Cuestionarte no implica criticarte, sino recordarte quién eres realmente.
A veces, creemos necesitar que algo ‘nos pase’ para despertar, cuando en realidad podemos realizar ese trabajo desde hoy, en la quietud, con intención.
Porque frecuentemente no es que la vida esté mal, sino que la observamos desde un lugar demasiado reducido. Y merecemos ver todo el paisaje.