Hace unas semanas conversaba con mi agente sobre el cambio que la mayoría de las modelos hemos experimentado en los últimos años ¿Dónde había quedado el boom de la inclusión y la bienvenida a las tallas extras en el mundo de la moda? Su respuesta me hizo conectar todos los puntos: la competencia ya no son otras modelos, ahora es el Ozempic.
No supe qué decir. De pronto, como en flashes, se me vinieron todos los recuerdos de los últimos tres años: colegas en Londres —ciudad donde más trabajo había— me contaban que ya no estaban trabajando, pues pasaron de tener cuatro o cinco shootings a la semana a apenas una o dos al mes.
El inicio de la despedida
Después vino la Fashion Week 2023. Estaba en Nueva York. Ya había participado también en 2019, y la diferencia entre ambas temporadas me impactó. Recuerdo que en 2019 teníamos casi los mismos castings que las modelos de talla regular: desde Marc Jacobs hasta firmas más comerciales.
Pero después de un break en mi carrera, volver en 2023 fue un shock: la selección para modelos de tallas extras era extremadamente limitada, casi nula.

La respuesta de los agentes era siempre la misma: ‘Ya no es como antes’. Solo fui a un casting. Me quedé con ese desfile y, de cierta manera, al caminarlo fue como una despedida.
Sentí que era el final de mi lucha por ocupar un espacio que había costado tanto trabajo conquistar. Y era el final, no porque yo quisiera, sino porque ese espacio ya no existiría. Era como ver la puerta de la diversidad cerrarse poco a poco.
El cierre de las agencias
Meses después, recibí un correo de mi agencia en Nueva York: ‘Estamos reestructurando la compañía. La división curve (tallas extra) cerrará. El equipo que trabaja con ustedes ya no está, pero podrán seguir trabajando con el equipo de la división principal’.
Otro correo más tarde me confirmó la despedida de Anthony y João, mis agentes especializados en inclusión y diversidad. Ya no trabajaban ahí.
Al poco tiempo, vi un anuncio similar de una agencia en Los Ángeles donde también cerraba su división curve. Lo mismo ocurrió con muchas agencias y, poco a poco, frente a mis ojos, veía cómo la industria por la que había luchado y trabajado durante nueve años se desmoronaba. Se me rompió el corazón. No pude evitar preguntarme: ¿acaso fue la inclusión una ilusión?
El auge y la caída
En 2015 llegó el boom de la diversidad. Portadas como la de Ashley Graham en Sports Illustrated mostraban un cambio, y de ahí comenzaron a surgir todos los ‘primeras veces’: la primera modelo de talla extra en una portada, la primera modelo de talla grande en la Fashion Week de Milán, París, Nueva York… La reacción fue extraordinaria.
El impacto que esto tuvo en la salud mental de mujeres alrededor del mundo fue enorme. Estas primeras veces no solo fueron externas, sino también internas.
Para muchas, fue la primera vez que se sintieron identificadas, que pudieron desasociar la belleza de la talla, permitiéndose considerarse hermosas y sintiendo un respiro ante la lucha silenciosa que muchas vivimos contra nuestro cuerpo, nuestra imagen y su asociación con nuestro valor.
El movimiento duró diez años, pero con una disminución drástica en los últimos tres. Esta reducción llegó sin que se hubiera alcanzado una verdadera equidad de cuerpos en la industria.
Un 2.8% de presencia de modelos de talla mediana a extra grande no puede llamarse representación. Ese era el porcentaje estimado en 2020, con un total de 86 modelos de talla extra en las pasarelas de las capitales de la moda. En 2025, ese número cayó drásticamente a un 0.8%. Prácticamente desapareció. Con estos datos, es inevitable pensar que es el fin de esta era.

El retroceso cultural
Lo que con tanto esfuerzo se ganó —la representación de cuerpos diversos, los derechos de las personas LGBTQI+, la autonomía sobre nuestros cuerpos, la libertad de ser sin pedir permiso— hoy se ve amenazado.
En la moda, cuerpos que habían comenzado a ocupar espacio —grandes, racializados, trans, naturales— están siendo desplazados nuevamente por un ideal delgado, blanco y estéticamente homogéneo.
En la política, se revocan derechos que creíamos asegurados: en varios países se prohíbe el acceso al aborto, se criminaliza a personas trans, se censura la educación sexual.
Cuando desaparecen los cuerpos diversos de la moda, los medios y la cultura, también desaparece el derecho a existir sin culpa. El mensaje es claro: ‘No hay espacio para ti. Solo si encajas, perteneces’. Pero la pertenencia no puede ser condicional. No podemos dejar que los logros de las últimas décadas se conviertan en una anécdota.
Estrategias de resistencia
¿Qué podemos hacer para enfrentar este retroceso cultural?
Cuestiona lo que vuelve como tendencia: No todo lo que regresa es inocente. Pregúntate: ¿a quién beneficia esta estética? ¿A quién borra o invisibiliza?
Protege tu mente como proteges tu cuerpo. Elige conscientemente qué cuentas sigues, qué contenido consumes y qué voces amplificas. No sigas a quien te hace sentir menos.
Crea comunidad, no competencia. La comunidad es resistencia. Rodéate de personas que validen tu experiencia y que cuestionen contigo. Colabora con marcas, medios y personas que compartan valores.
Usa tu voz. Haz visible lo invisible: cuéntalo, escríbelo, nómbralo. Pregúntalo en un panel, en una entrevista, en una story. Una sola pregunta puede incomodar al sistema: ¿por qué ya no hay diversidad en esta campaña? ¿Por qué todos los cuerpos se ven iguales?
Reivindica tu cuerpo como territorio soberano. Tu cuerpo no es un proyecto pendiente. No tienes que justificarlo, corregirlo ni esconderlo para que sea digno. En un mundo que quiere hacerte dudar de ti misma, amar y reconectar con tu cuerpo es un acto político profundamente revolucionario.

Y lo más importante: recuerda que la moda está en la ropa, no en tu cuerpo. Eres un ser tan maravilloso que reducirte a una tendencia es no honrar al ser humano divino que eres.

