Nunca me sentí tan desfasada como cuando tenía diecisiete años. Estaba en la preparatoria y la vida parecía pasar de largo: nada extraordinario me sucedía. No sabía qué estudiar, no era popular en la escuela, no tenía novio, no me sentía bonita: todo me hacía creer que iba detrás.
Y no era algo extraño: todo lo que consumíamos en esa época eran historias de adolescentes con vidas extraordinarias. Desde artistas como Britney Spears, que a los diecisiete años ya era una ícono, hasta las películas taquilleras donde las historias más románticas y las aventuras más deseadas les sucedían a jóvenes de dieciséis o diecisiete:
High School Musical, El diario de una princesa, Chicas pesadas o Un amor para recordar. Y por otro lado estaba yo: una nerd que no sabía qué quería de su vida, enamorada del amor y sin haber dado ni un beso en su vida.

¿Por qué sentimos que vamos tarde en la vida?
Recuerdo específicamente un día en que iba caminando al colegio. Estaba muy distraída y me di cuenta de que no me había puesto los zapatos de la escuela y había salido con sandalias a la calle. Estresada, corrí de regreso a casa para cambiármelos. En el trayecto, mi sandalia se rompió, me caí y me llené de tierra.
No lo podía creer. ‘¿Algo más que me pueda pasar esta mañana?’, pensaba. Y justo ahí, cuando dejé de correr y me sentía ahogada por la falta de aire, conocí la ansiedad. Mi respiración no se normalizaba, sentía el corazón palpitando y las manos frías. De pronto comencé a llorar; no sabía por qué, pero lloraba con tanto sentimiento que me agarraba el pecho.
Sentía que parecía una loca: era una adolescente en uniforme, llorando por la calle con un zapato roto. Ese día decidí no ir a la escuela. No entendía lo que me pasaba, pero desde ese momento (y durante catorce años después) la ansiedad no me soltó. Detonada siempre por dos cosas: el rechazo y sentir que iba rezagada en la vida.
Tomar una pausa cambió mi vida (aunque no lo sabía)
Le decía a una maestra que sentía que todos iban delante de mí, que tenía diecisiete años y no estaba viviendo al máximo. Ella se reía y me decía: ‘Ana, tu vida apenas comienza, eres muy joven’, algo que yo le refutaba. Me recomendó tomarme un año sabático para explorar mis opciones.
Imaginar estar un año ‘atrasada’ en la escuela me generaba ansiedad, pero ¿no sería mejor detenernos para tomar una mejor decisión que ir corriendo al destino equivocado? ¿Quién nos viene persiguiendo?
Tenía mi vida planeada: eligiendo por elegir sin ser feliz, solo por seguir lo que se suponía que era “lo correcto”. Hasta que la vida me forzó a no vivirla linealmente y terminé tomándome un año sabático a los dieciocho años, lo que me cambió la vida y me convirtio en parte de la mujer que soy hoy.
En ese año aprendí tanto que, irónicamente, hacer una pausa me ayudó a avanzar más en experiencia y sabiduría. Tiempo después, mi carrera en el modelaje me ‘obligó’ a tomarme cinco años más para enfocarme en mi trabajo, pausando la universidad.
Pero valió la pena: esos cinco años me dieron las lecciones más importantes de mi vida, que ahora puedo contar en un libro. Ese periodo me ayudó a realmente encontrar mi voz y mi destino, me redirigió y me permitió cumplir casi todos mis sueños.

La presión social por tenerlo todo a cierta edad
¿Te imaginas si le hubiera dicho a esa Ana de diecisiete años, llena de ansiedad, que tenía que dejar de estudiar seis años para realmente encontrar su vocación y vivir la vida que soñaba? No me lo creería. Y, sobre todo, no lo hubiera permitido, perdiéndome de las experiencias más maravillosas y extraordinarias que hoy atesoro.
Al final, esto me ayudó a entender que yo voy a mi propio ritmo, y que ese ritmo tendrá sentido a mi destino y a mi propósito. No necesariamente a los demás. Me gradué a los 28 años, algo que no imaginaba, pero no me llevaba solamente un diploma, sino todas las experiencias que había vivido en una década: visitar más de veinte países, formar parte de un movimiento tan grande como el de la inclusión en la moda, trabajar con gente maravillosa en países que antes ni siquiera imaginaba conocer, así como hacer mi sueño realidad: ser escritora, actriz, modelo y ahora psicóloga.
Gracias a ese break que hice en mi carrera, pude realmente ser quien quería ser, y no quien la sociedad decía que tenía que ser.
Y como dice Facundo Cabral: ‘Puedes cambiar tu vida desde cero, mañana mismo‘. Y es cierto: podemos empezar la universidad a cualquier edad, podemos decidir cambiar de profesión, de pareja, de amigos, cambiar nosotros mismos, y eso no lo decide el tiempo, lo decidimos nosotras. Al final tenemos más control del que pensamos.
Algo que se nos olvida, ya que es imposible no medirnos con las imágenes que se nos cruzan al hacer scroll de las redes sociales: un anillo de compromiso, una casa nueva, un concierto, un viaje, parejas y amigas perfectas…
Alguna vez me criticaron por mudarme de Nueva York a Ciudad de México: parecía absurdo dejar una trayectoria sólida de modelo, con visa de trabajo y oportunidades, por volver a la universidad. No le hacía sentido a nadie, más que a mí. Y ahora, cinco años después, sé que fue lo correcto. Pasaron cosas maravillosas en esa pausa de mi carrera, en la que me sentía profundamente perdida, que si me hubiera quedado en Nueva York jamás hubieran sucedido. Pero así es la vida.
¿Cómo va a suceder la magia o las cosas inesperadas si no hay espacio para ello? ¿Cómo podemos encontrar algo que no nos damos tiempo de buscar? En la actualidad, apenas logramos algo y ya nos están preguntando: ¿qué sigue?
Esta presión social por saber siempre hacia dónde vamos y por estar haciendo cosas extraordinarias nos interrumpe el proceso de descubrimiento y aprendizaje natural por el que todo ser humano debe pasar. Sintiendo que nos estamos perdiendo de algo que a lo mejor ni queremos, viviendo en FOMO (Fear Of Missing Out —temor a perderse algo—) constante.
Ahora ya no es por la escuela, la carrera ni de los viajes; sino por la familia, boda, proyectos… Y después será por los hijos y nietos… El temor y la ansiedad solo cambian de forma.
Si no aprendemos a habitar el presente, esa ansiedad nunca se acabará. Y así se nos va la vida mirando lo que no tenemos, sin disfrutar lo que hoy está (que es lo único que existe). Se siente como si nunca llegáramos a ese lugar de paz plena hasta que con los años nos damos cuenta de que no existía, que la vida no era una meta, era momentos, momentos que a veces no habitamos por pensar en el siguiente.

No vas tarde, solo estás construyendo distinto
Pero tal vez no vas tarde en la vida. Tal vez solo estás tomando el camino largo, ese que te enseña lo que los atajos no te pueden mostrar. Disfrútalo, camínalo, recoge flores y observa el cielo. Piensa que no estás detrás, estás dentro. Dentro de un proceso que no se ve, pero que te está construyendo. Y que agradecerás en el futuro.
Steve Jobs dijo: ‘No puedes unir los puntos mirando hacia adelante; solo puedes unirlos mirando hacia atrás. Debes confiar en que, de alguna manera, los puntos se conectarán en tu futuro’. Y solo puedo decir que, para mí, se conectaron. Cada ‘fracaso’, pausa o momento en que me sentí perdida conectó mi vida, de alguna manera, con algo maravilloso.
Si no hubiera tenido esas pausas ‘grises’, mi vida no sería de colores hoy en día. Considero que el miedo de perder algo es lo que nos hace realmente perdernos de algo. No vas tarde, mientras sean tu corazón y voz interior la guía del siguiente paso, no la comparación con alguien más.

