lunes, diciembre 22, 2025
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    El final que Disney no me contó: Una columna de Ana Carbajal

    El sillón de cuero viejo me arropaba en cada sesión mientras lloraba inconsolablemente, diciéndole a mi terapeuta que no volvería a amar y que ese dolor me estaba consumiendo. En 2021 tenía el corazón roto. Había decidido terminar con el hombre que pensé sería mi hogar para toda la vida. Mi 'felices para siempre' de Disney.

    Pero más allá de terminar con quien consideraba ‘el amor de mi vida’, lo que más dolía era despedirme de ese sueño prometido: la boda, los hijos, la casa linda. Ante mis ojos, todo eso había desaparecido. Pensaba constantemente: si no tenía una pareja, ¿significaba que ya no habría un final dichoso para mí?

    Imaginaba que mi futuro estaba arruinado, que me tomaría años recuperarme y que cuando lo hiciera ya ‘estaría vieja’. Tenía terror de vivir algo similar. Le preguntaba a mi terapeuta: ‘¿Y si me pasa lo mismo?’.

    ‘Seguramente pasarán más años y terminaré solterona e infeliz‘. Estaba asustada por lo que había vivido y presionada por esa regla invisible que dice que una mujer de treinta años ya debería estar casada, con pareja estable o pensando en formar una familia.

    ‘Ana, estás siendo un poco fatalista —me dijo Dafne—. Pero dime algo: si no te casas o no tienes hijos… ¿por qué sería tan malo?’ ¿Cómo que por qué sería malo? ¿Quién podría ser feliz sola? Genuinamente creía eso. Desde niña, había deseado tener esa familia —especialmente porque no crecí teniéndola—.

    Idealizar el final feliz

    Idealicé la pareja y combiné esa narrativa con lo que veía en las películas y cuentos de hadas, donde toda mujer que atraviesa una tragedia es rescatada por un hombre que se convierte en su compañero de vida y su desenlace perfecto. Y esa era la meta, como si ahí terminara su historia, prometiendo una dicha eterna.

    El final que Disney no me contó
    ¿Cuántas veces pensamos que el final feliz implicaba un matrimonio? Foto: Cortesía.

    Siempre estuve enamorada del amor. Convencida de que ese destino prometido era la única manera de alcanzar la verdadera realización. Dafne y yo discutíamos nuestras posturas: ella argumentaba que se podía ser feliz sin casarse ni tener hijos, y yo defendía lo contrario.

    Además, ¿cómo podía creerle, si a las mujeres solteras y sin hijos siempre se les ha mirado con cierta pena o, peor aún, con lástima? Siempre había escuchado comentarios como: ‘pobrecita, nunca se casó, nunca tuvo hijos’. Y en los medios, las mujeres solas suelen ser retratadas como amargadas, envidiosas o tristes. ¿Cómo podía aceptar que se podía ser feliz estando sola, si todo lo que nos han mostrado es lo contrario?

    El matrimonio no es garantía de un final afortunado

    Un día, cansada de mi terquedad, Dafne perdió un poco la paciencia. Con un tinte de desesperación me dijo: ‘Ana, si estar casada y tener hijos fuera sinónimo de felicidad, créeme que no tendría tantos pacientes arrepentidos de su matrimonio o de su maternidad’.

    El matrimonio no es garantía de un final afortunado. Ana, no hay garantías en la vida. Puedes hacer todo bien y aun así que todo salga mal, incluido el matrimonio. Deja de posponer tu felicidad y tu amor propio por no tener una pareja. Empieza a enamorarte de ti, ya’.

    Me lo dijo con tanta intensidad que no supe qué responder. Y por primera vez, empecé a pensar que tal vez Dafne tenía razón. Era lógico, dolorosamente lógico. Porque si el matrimonio fuera garantía de dicha, no existirían los divorcios. Así que me cuestioné: ¿y si hubiera otro desenlace afortunado que no nos contaron?

    El significado del matrimonio

    Cuatro años después, puedo decirte que sí lo hay. Y que miles de mujeres lo estamos encontrando: deconstruyendo la creencia de que solo en el matrimonio podríamos ser felices. Por primera vez en la historia tenemos tanta independencia que ya no necesitamos de una pareja para sobrevivir.

    El amor y las relaciones se han vuelto una elección más allá de una necesidad. Muchas mujeres ahora prefieren estar solas antes que quedarse en una relación donde no se sienten ni acompañadas ni valoradas.

    Gracias al trabajo interno y a la independencia que nos permite salirnos de situaciones que nos hacen daño, la soltería dejó de ser ese lugar oscuro y lleno de vergüenza del cual queríamos salir lo más pronto posible, para convertirse en un espacio de crecimiento, privilegio, reflejo de amor propio y autonomía.

    Amar la soltería, amarte a ti misma

    En estos últimos cuatro años de soltera me he sentido más plena que nunca. Me enamoré profundamente de mi carrera, algo que antes creía que tendría que dejar al casarme. Me puse como prioridad, mostrándome amor propio: yendo a terapia, haciendo ejercicio, mejorando mis hábitos.

    El final que Disney no me contó
    El verdadero final feliz es cuando te amas a ti misma. Foto: Cortesía.

    Me enfoqué en mis relaciones con mis amigas; ellas, que hoy son quienes más me sostienen y hacen que la vida sea más bonita. He vivido también las mejores experiencias con mi madre: viajando y conociéndola más allá de su rol, creando los recuerdos más hermosos.

    En este tiempo he podido desarrollar múltiples proyectos que me llenan de orgullo y pasión. Si resumo estos cuatro años de soltería, puedo decirte que han sido los mejores de mi vida: los de mayor crecimiento personal y laboral, de mayor paz y plenitud.

    Mi soltería me ha dado mucho más de lo que cualquier pareja me había dado antes. Aprendí que puedo rescatarme yo sola, que estar soltera no minimiza mi valor y que mi rol como mujer va mucho más allá de quien esté a mi lado.

    Mi ‘peor escenario’ en 2021 —el estar sola— terminó siendo lo mejor que me ha pasado. Mi meta ya no es con alguien más, sino algo que construyo conmigo misma. Y si llega esa persona indicada, me compartiré con alegría.

    Pero si no llega, igual sigo bailando, escribiendo, creando, amando la vida que tengo. Me volví suficiente para estar completa, sin necesitar que alguien más me eligiera o validara. Algo que antes no imaginaba posible.

    Hoy entiendo que la felicidad no se logra con solo llegar al altar, sino también con convertirte en una versión de ti misma que se vuelve tu hogar. Ser tu mejor amiga, tu mejor compañera, quien te saque de los lugares más oscuros y te acompañe en todos los momentos.

    Ahora estoy viviendo un desenlace que Disney no me contó, pero que estoy amando igual. No hay castillos, coronas ni príncipes. Pero tiene paz, tiene propósito y sobre todo algo que nadie puede quitarme: amor propio.

    Independientemente de si tenemos pareja o no, la lealtad y el compromiso con nosotras mismas, con nuestros sueños y pasiones en la vida es el verdadero final feliz, lo que nos permite vivir en congruencia con quienes somos, eligiéndonos todos los días. Siendo nosotras, en conclusión, el verdadero amor de nuestra vida.

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