Cada año, más de 700 000 personas en el mundo se quitan la vida según la Organización Mundial de la Salud. En México, el suicidio es ya la tercera causa de muerte entre la población joven de 15 a 29 años. No hablar de ello no lo detiene: al contrario, lo alimenta.
Hace unas semanas llegó un mensaje que me cambió profundamente. Estaba en medio de un desfile, rodeada de personas, reflectores, modelos con vestiduras hermosas y un silencio humano acompañado por la música de fondo. Fue en esa atmósfera que leí aquel mensaje: ‘Desafortunadamente Gabo se quitó la vida’.

El suicidio: una realidad que no podemos ignorar
La noticia me paralizó completamente. Sentí un frío recorriéndome el cuerpo y una sensación de vacío en el estómago. De pronto, el aire parecía denso y me costaba respirar. Lo único que pensaba era en él, en sus hijos, en su madre y en mi amiga (la pareja de aquel ser humano que había decidido quitarse la vida), a pesar de ser una de las personas más bondadosas que había conocido y profundamente amado.
Mi mente parecía no procesar lo que estaba sucediendo y se instaló esta pregunta que, incluso he escuchado a mi amiga repetir en un profundo llanto: ‘¿Por qué lo hizo?’.
Cuando el silencio se convierte en una forma de dolor
¿Por qué alguien se quitaría la vida? Es una pregunta tan antigua como el suicidio mismo, difícil de comprender porque estamos acostumbrados a lo contrario: a luchar por vivir, combatir enfermedades, rescatar a personas, cuidarnos día a día pensando en el futuro.
Todo en la vida está enfocado en preservarla y alargarla, por lo que cuando alguien físicamente saludable decide terminar con ella, se produce un shock indescriptible. La culpa comienza a asomarse, haciéndonos cuestionar: ¿pude haber hecho algo para ayudarlo?
Lo cierto es que probablemente nunca tengamos una respuesta definitiva. Nunca sabremos si alguna llamada o intervención de nuestra parte habría evitado que nuestro ser querido tomara esa decisión.
Las señales invisibles que no siempre sabemos reconocer
En la mayoría de los casos, las personas que consideran el suicidio no son explícitas al respecto. Las señales pueden estar presentes o no, y aunque las percibimos, pocas veces son evidentes. Suelen ser sutiles, a veces expresadas en forma de broma, logrando disfrazar el dolor interno. El hecho de no haberlas detectado o interpretado correctamente no es nuestra responsabilidad.
Reflexioné sobre cómo mi amigo rara vez hablaba de temas de salud mental. Ocasionalmente compartía algo, pero lo minimizaba y se reía al respecto. Ahora comprendo mejor la brecha de género tan grande que existe en el tema del suicidio.
Los hombres se ven afectados en mayor proporción; a nivel mundial las cifras de suicidio masculino duplican las femeninas, y en México, según el Inegi, 81.1% de las muertes por suicidio pertenecen a este género.

Hombres, vulnerabilidad y salud mental: una brecha urgente
Se habla mucho de cómo el machismo y la cultura mexicana impactan en estas cifras, reforzando creencias que afectan directamente la salud mental masculina. Desde niños se les enseña a no llorar, no mostrar vulnerabilidad, que ‘pueden solos’ y deben ‘echarle ganas’, ser fuertes… Generalmente existe un gran estigma ante la búsqueda de ayuda profesional, lo que lleva a muchos hombres a minimizar sus síntomas. Esta negación hace que los síntomas se agraven y los aísla del tratamiento necesario.
La importancia de hablar, escuchar y acompañar
En mi desesperación por la pérdida, he pensado en que tal vez pude haber hecho más. Sé de primera fuente que se puede superar una depresión profunda y que se pueden salvar vidas mediante tratamiento psicológico y psiquiátrico.
También conozco el gran estigma que existe, que hace que muchos no busquen ayuda profesional y que cuando alguien está diagnosticado con ese cuadro clínico, genuinamente crea que nunca saldrá de él, lo que reduce las probabilidades de que esa ayuda llegue. La creencia de que no hay esperanza, combinada con el estigma social, suele causar este tipo de tragedias.
Considero fundamental conversar sobre el tema y difundir información para la prevención del suicidio. Preguntar directamente a personas que creemos tienen pensamientos suicidas puede ayudar mucho a que puedan expresarse y buscar ayuda. Lo he visto de primera mano.
Una mujer muy querida para mí tuvo tres intentos de suicidio. Afortunadamente sobrevivió a todos y hoy, después de años de tratamiento, es una persona sana que combatió un cáncer y adora a sus nietos y familia. Ella misma nos cuenta ahora cómo en ese estado de profunda depresión ‘sientes que no hay nada que te pueda salvar, no te importa nada, ni tus hijos ni familia. Solo quieres terminar con el dolor’.
El hecho de que siga viva me recuerda diariamente que se puede salir adelante, que a la salud mental hay que darle su lugar y tomarla en serio.
La llamada que puede salvar una vida
Un estudio realizado en 2021 demostró que una llamada de ocho minutos puede reducir potencialmente la ansiedad y el sentimiento de desolación en una persona, y cuando estas son semanales se reducen los niveles de depresión, ayudando a prevenir desenlaces trágicos.
Mi última llamada con Gabo duró siete minutos. Se escuchaba mejor, parecía que había mejorado, sin saber que sería la última vez que charlaríamos. Tal vez esa llamada ayudó en ese momento, es algo que nunca sabré; pero tengo la tranquilidad de que siempre estuve presente.
Tenemos que hablar sobre el suicidio y preguntar a nuestros seres cercanos cómo están, cómo se sienten. Los estudios demuestran que conversar sobre el suicidio no lo incrementa; al contrario, reconocer que alguien sufre, expresárselo y ofrecer acompañamiento (ya sea mediante una conversación directa, una intervención breve o un contacto continuo) puede salvar una vida.

Estas cifras y experiencias nos muestran que estamos ante una situación urgente. No podemos silenciar el tema por vergüenza o estigma, ni seguir perdiendo 700 000 vidas al año (cifras que van en aumento).
Reconectemos con las personas que amamos, eduquémonos sobre qué hacer en casos de depresión, llamémoslas por teléfono y, si no podemos estar presentes físicamente, que sepan que estamos para ellas.
Si has perdido a una persona querida por suicidio, te recomiendo siempre buscar apoyo profesional, que no te aísles en ese dolor, no te exijas superarlo rápidamente ni te castigues por lo que creas que pudo haber hecho. Hablar, compartir y recordar desde el amor nos permite transformar el dolor en memoria significativa y fuerza para seguir adelante.
Si has tenido o tienes pensamientos suicidas, por favor, no lo vivas en silencio. Es posible salir de esa situación, sanar y reconstruir la vida. Buscar ayuda no significa debilidad; al contrario, la vulnerabilidad requiere fortaleza, y levantarse ante el dolor para buscar una solución es un acto de gran valentía.

Compartir lo que sientes es el primer paso para liberar esa carga. Tu vida tiene valor, y este mundo es mejor contigo en él.

