Entre la herencia de Cristóbal Balenciaga y la sensibilidad moderna del diseñador italiano, ‘The Heartbeat’ marca el renacer emocional de la maison francesa.
París volvió a contener la respiración. En una temporada marcada por los debuts, el de Pierpaolo Piccioli en Balenciaga era, sin duda, el más esperado. Su llegada a la casa francesa no solo representaba un cambio de dirección creativa, sino también un cambio de tono: la búsqueda de una belleza más humana, más íntima, más consciente.
Con The Heartbeat, Piccioli decidió no mirar al pasado con nostalgia, sino con respeto. Lo reinterpretó. Tomó los códigos que hicieron de Cristóbal Balenciaga un arquitecto del vestir —el volumen, la estructura, el equilibrio perfecto entre forma y cuerpo— y los recalibró para un presente donde la emoción importa tanto como la técnica.
¿Cómo se siente un debut de Piccioli en Balenciaga SS26?
En su carta al público, Piccioli escribió: ‘El latido del corazón es el ritmo que compartimos. Cada corazón late de manera diferente.’ Y ese ritmo —humano, sensible, profundamente emocional— marcó su entrada a Balenciaga. Tras más de dos décadas en Valentino, donde su romanticismo se convirtió en un lenguaje universal, el diseñador italiano se enfrenta ahora a un desafío mayor: redibujar los códigos de una de las casas más influyentes de la historia.
En la pasarela, el resultado fue un ejercicio de equilibrio entre la herencia y la reinvención. El espíritu de Cristóbal Balenciaga seguía allí —presente en los cortes, los volúmenes y el respeto por la forma—, pero con una pulsación más suave, más poética.

¿Qué tendencias definen la nueva Balenciaga SS26?
La colección de Piccioli no solo marcó un cambio estético, sino que también dejó claras las tendencias clave que dominarán el próximo verano. El volumen estructurado fue protagonista: desde los vestidos tipo saco hasta las faldas cocoon inspiradas en los archivos de los años 50. El diseñador reivindicó el espacio entre el cuerpo y la prenda, un gesto que redefine la sensualidad sin recurrir al exceso.
Otra tendencia fue el romanticismo matérico, visible en las faldas de plumas, los bordados florales y los tejidos con relieve, que convivían con el minimalismo de las camisetas de cuero recortadas o las chaquetas de hombros marcados.
Todo indica que el lujo que viene es arquitectónico, emocional y consciente del cuerpo sin necesidad de exhibirlo.
¿Dónde se cruzan Demna y Piccioli en la colección?
Sorprendentemente, Piccioli no borró el legado de su predecesor. Lo depuró. El ADN urbano de Demna —las siluetas cuadradas, las camisetas oversize, las gafas de estética villana— se mantuvo, pero bajo una mirada más pulida, menos irónica. El street se volvió couture.
Hubo incluso denim lavado y sandalias chunky con estructura arquitectónica, que recordaban que Balenciaga también puede ser cotidiano, siempre que conserve su complejidad conceptual. Un punto medio entre lo que era rebelde y lo que ahora es refinado.

¿Qué colores y materiales marcaron la nueva era de Balenciaga SS26?
El color volvió a Balenciaga. Piccioli tiñó la pasarela de violetas profundos, verde lima, lila empolvado y rojo primario, con acentos en negro absoluto. Las texturas se multiplicaron: plumas, gazar, cuero, seda y bordados florales construyeron una narrativa donde la ornamentación convivía con la pureza.
Entre los looks más memorables, una falda de plumas carmesí combinada con una camiseta blanca oversize y guantes largos de ópera. Era drama, pero también delicadeza. Era Balenciaga volviendo a sentir.


¿Qué papel jugaron los accesorios en esta nueva visión?
Los accesorios fueron declaración y memoria.
Las gafas negras futuristas —herencia de Demna— marcaron la continuidad visual de la marca. El bolso City, ícono de los 2000, regresó reinterpretado en cuero más noble y proporciones más suaves.
Los cinturones finos con hebilla-logo, los guantes satinados y los tacones con forma de escote en pico cerraban el relato con precisión quirúrgica.

Balenciaga SS26 no fue solo un desfile: fue un renacer con corazón. Pierpaolo Piccioli le devolvió a la casa su pulso —ese que suena entre la alta costura y la calle, entre la historia y la emoción. Y, como todo buen latido, marca el comienzo de algo que promete quedarse.