viernes, octubre 31, 2025
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    Las Brujas de Chalma: Entre la fe, el mito y la memoria colectiva

    Entre la devoción y la magia, las brujas de Chalma siguen vivas en los cerros y en la memoria de un pueblo que mezcla fe, miedo y sabiduría.

    Por: Nancy Estrada

    En las montañas del Estado de México, un pueblo cargado de devoción y misterio guarda una historia que pocos se atreven a contar en voz alta: la de las brujas de Chalma. Más allá de la peregrinación al Cristo Negro, este lugar es también escenario de relatos que hablan de hechicería, mujeres sabias y miedos transmitidos de generación en generación.

    Hablar de Chalma es hablar de uno de los centros de peregrinación más importantes de México. Cada año, miles de creyentes llegan hasta el Santuario del Señor de Chalma para cumplir promesas, pedir favores o simplemente agradecer.

    Pero detrás de la devoción y los danzantes de penacho, se esconde un universo de historias que parecen salidas de una novela gótica. En las calles empedradas del pueblo se escuchan rumores sobre mujeres que vuelan en las noches, que se transforman en bolas de fuego y que (dicen) roban el alma de los incautos.

    Para algunos, son leyendas locales nacidas del miedo y la superstición. Para otros, son pruebas de que lo sagrado y lo profano conviven en un mismo espacio.

    Brujas de Chalma
    Las brujas de Chalma, una leyenda viva entre las montañas del Estado de México. Foto: Pexels

    La leyenda de las mujeres de fuego

    Los lugareños hablan con naturalidad de las ‘luces’ que recorren los cerros cuando cae la noche. No se refieren a linternas ni a fuegos artificiales, sino a destellos que atraviesan el cielo y que, según ellos, pertenecen a las brujas

    Estas mujeres (cuentan) tienen la capacidad de desprenderse de su piel, transformarse en bolas incandescentes y recorrer el pueblo en busca de energía vital. Hay quienes aseguran que son especialmente atraídas por los niños, lo que llevó a generaciones enteras a proteger las cunas con tijeras, agujas o espejos para ahuyentarlas. 

    Aunque estas historias parecen pertenecer al terreno de lo fantástico, se han transmitido de boca en boca durante siglos, configurando una identidad cultural imposible de ignorar.

    La mirada antropológica

    Más allá del folclor, las ‘brujas de Chalma‘ reflejan la manera en que la sociedad ha concebido el papel de la mujer y sus saberes. En muchas comunidades rurales de México, las parteras, curanderas o mujeres con conocimiento profundo de hierbas medicinales fueron vistas con recelo. 

    Nombrarlas como ‘brujas’ fue, en gran medida, un recurso para contener y marginar su poder. Diversos estudios sobre religiosidad popular en el Centro del país explican que estas figuras no eran únicamente símbolos del mal, sino también guardianas de tradiciones que incomodaban a las estructuras de poder religioso y social. 

    Lo que para la Iglesia representaba amenaza, para los pobladores era una forma de resistencia cultural y vínculo con la tierra. Chalma, al ser un espacio profundamente religioso, resultó terreno fértil para que lo sagrado se enfrentara con lo ‘peligroso’, y esas tensiones aún persisten en los relatos actuales.

    Brujas de Chalma
    El pueblo de Chalma combina devoción religiosa y misticismo ancestral. Foto: Pexels

    Miedo, devoción y resistencia

    Las historias de las brujas de Chalma no solo reflejan temores colectivos, sino también la necesidad de crear explicaciones frente a lo inexplicable. En un pueblo donde la fe católica es el centro de la vida comunitaria, la existencia de estas figuras parece funcionar como un contrapunto: representan lo que amenaza, lo que seduce y lo que hay que mantener bajo control. Sin embargo, muchas mujeres en Chalma se han reapropiado de esa etiqueta. 

    Algunas curanderas y parteras del pueblo asumen con orgullo el nombre de ‘bruja‘, resignificándolo como símbolo de poder femenino, sabiduría y resistencia ante la historia que intentó silenciarlas.

    La fascinación contemporánea

    Hoy, las brujas de Chalma han trascendido el ámbito local para convertirse en un fenómeno cultural que atrae a curiosos, turistas e investigadores. Existen recorridos nocturnos que buscan mostrar la faceta mística del pueblo, y periódicamente se organizan charlas o documentales que exploran la dualidad entre fe y superstición. 

    No obstante, lo que más atrae no es la certeza, sino el misterio. Los visitantes buscan escuchar directamente a los pobladores, mirar hacia los cerros al caer la noche y preguntarse si esas luces que se ven a lo lejos son simples linternas… o presencias imposibles de explicar.

    El legado de las brujas Chalma es, en muchos sentidos, un espejo de México: un país donde conviven el fervor religioso, la tradición oral y la fascinación por lo oculto. Las brujas de este pueblo no solo habitan en las historias contadas alrededor de una fogata, sino en la manera en que se ha construido una identidad colectiva que mezcla devoción y temor. 

    Al final, hablar de las brujas de Chalma es hablar de nosotras, de la forma en que necesitamos el misterio para darle sentido a la vida cotidiana. En cada relato y advertencia de las abuelas, se teje un manual no escrito sobre lo que significa convivir con lo inexplicable. 

    Quizá esa sea la verdadera magia: recordarnos que, incluso en el siglo XXI, seguimos necesitando historias que nos devuelvan a lo humano, lo frágil y lo profundo de nuestras raíces.

    Brujas de Chalma
    El legado de las brujas de Chalma recuerda que el misterio también forma parte de nuestra identidad. Foto: Pexels

    Un eco en la vida moderna

    Hoy, que buscamos respuestas en terapias alternativas, astrología, cristales energéticos o rituales de luna llena, no es tan diferente de lo que ocurría siglos atrás en comunidades como Chalma

    La figura de la bruja se reinventa en la contemporaneidad: ya no es la mujer temida que vaga por los cerros, sino la guía espiritual que acompaña a otros en procesos de sanación y autoconocimiento. De alguna manera, las brujas de Chalma siguen vivas en cada intento de reconciliarnos con lo intangible. 

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