La historia de Maximiliano de Austria y su esposa Carlota es un relato fascinante y trágico. Dos príncipes sin trono que se convirtieron en emperadores de México, solo para que uno acabara fusilado y la otra se sumergiera en la demencia.
Este capítulo de la historia resuena aún hoy, revelando la fragilidad del poder y la complejidad de las intrigas políticas del siglo XIX.

Los primeros años de Carlota
Nacida el 7 de junio de 1840, Marie Charlotte, la hija pequeña del rey Leopoldo I de Bélgica, fue educada para casarse con el heredero de una casa real. Sin embargo, Carlota demostró una voluntad férrea.
Rechazó a varios pretendientes hasta que se enamoró perdidamente del archiduque Maximiliano, hermano del emperador austríaco Francisco José, durante un viaje de este a Bélgica.
Tras negociaciones, Carlota consiguió el beneplácito de su padre. La boda se celebró en 1857, cuando ella tenía 17 años y él 25. Este enlace, aunque marcado por el amor de Carlota, también respondía a los intereses políticos de Leopoldo I.
El interés de Maximiliano, por su parte, era pecuniario, ya que la dote de Carlota le ayudaría a cubrir los gastos de la construcción de su lujoso castillo de Miramar, en Trieste. Allí, la pareja se instaló en 1860, después de dos años como regentes de Lombardía y el Véneto.
La vida en la corte europea de Carlota
La vida de Carlota en la corte austríaca no estuvo exenta de desafíos. Hubo intentos de crear rivalidad entre ella y Sissi, la emperatriz Isabel de Baviera, esposa de Francisco José. Con quien Maximiliano mantenía una excelente relación. Además, mientras Sissi había dado a luz a tres hijos, Carlota no conseguía quedarse embarazada, una fuente de gran frustración en la época.
El mayor problema para la archiduquesa era la vida disoluta de su marido, quien continuaba con sus ausencias frecuentes de palacio para visitar burdeles. Sin descendencia y sin cargos que desempeñar para el archiduque, la relación de la pareja se deterioró. Sspecialmente tras un viaje de Maximiliano a Brasil en el que, al parecer, contrajo la sífilis.
Carlota era cada vez más consciente de la disolución de su matrimonio y la falta de un propósito claro.
La corona de México de Carlota
Un suceso proveniente de América cambiaría drásticamente la vida del matrimonio. En 1863, España, Francia y Gran Bretaña enviaron cuerpos expedicionarios a México para obligar al gobierno liberal de Benito Juárez a cumplir con sus compromisos financieros.
Españoles y británicos llegaron a un acuerdo y retiraron sus tropas. Sin embargo, el emperador francés Napoleón III decidió continuar la operación y su ejército ocupó la capital de México.
Una vez depuesto Juárez, los conservadores mexicanos, con el beneplácito de Francia, plantearon la idea de convertir México en un ‘imperio’ bajo un príncipe europeo. La elección recayó en Maximiliano.
Carlota, agobiada por la vida ociosa en Miramar y deseando un propósito más elevado, lo animó fervientemente a aceptar. El 10 de abril de 1864, Maximiliano y Carlota recibieron la oferta del trono, aceptándola bajo la creencia de que era una petición del pueblo.
Tras partir de Trieste el 14 de abril de 1864, la pareja llegó al puerto de Veracruz un mes y medio más tarde, donde nadie salió a recibirlos, un presagio de lo que les esperaba. La entrada en la Ciudad de México el 12 de junio, en cambio, fue entre una gran multitud que los acompañó hasta la catedral y el Palacio Nacional.
Los primeros signos de la demencia de Carlota
Carlota salió de Chapultepec rumbo a Europa el 8 de julio de 1866. Al llegar a Francia, se dio cuenta de que el gobierno de Napoleón III se oponía radicalmente a enviar ayuda.
Desesperada, consiguió entrevistarse a solas con el monarca francés y su esposa. Aunque no hay testimonios detallados de lo que aconteció, Carlota salió de allí convencida de que habían querido envenenarla. Sufrió una crisis que la mantuvo postrada en cama, negándose a hablar y a comer.
Recibió una nota de Napoleón despidiéndose y recomendando a Maximiliano que abdicase. Un testigo de la época, Kératry, describió la conferencia como ‘larga y violenta’. Sin solución a la vista, Carlota puso rumbo a Miramar. Allí, las noticias de la debacle de su marido en México empeoraban su estado.
Para intentar confortarla, el Papa Pío IX la recibió en audiencia. Para entonces, los signos del desequilibrio mental de Carlota eran evidentes. Durante la entrevista con el pontífice, no cesaba de meterse los dedos en la boca intentando escupir el veneno que, supuestamente, Napoleón le había dado.
De vuelta al hotel, se negó a comer y bebía de las fuentes públicas, creyendo que todo estaba envenenado. Tras una noche en vela, Carlota regresó al Vaticano y acabó encerrándose en la biblioteca. Finalmente, su hermano Felipe, conde de Flandes, la convenció de regresar a Miramar. Allí, el doctor Riedel, director del manicomio de Viena, le diagnosticó un estado demencial incurable.
El final del Imperio en México de Carlota y Maximiliano
Entretanto, en México, Maximiliano fue acorralado por las tropas de Benito Juárez. En mayo de 1867 fue hecho prisionero en Querétaro y, tras 35 días en un calabozo, fue fusilado el 19 de junio de 1867. Tan solo habían transcurrido 37 meses desde su llegada al país.
Cuando Carlota tuvo conocimiento de la muerte de su esposo, se encontraba bajo la tutela de su hermano, Leopoldo II, quien la había trasladado al palacio de Tervuren, al este de Bruselas, a donde llegó el 6 de agosto de 1867. Aunque lloraba, Carlota seguía pensando que Maximiliano estaba vivo, incluso hablando con él en ocasiones.
En 1879, el palacio de Tervuren sufrió un aparatoso incendio. Mientras todos huían, Carlota permaneció sentada en la cama, contemplando cómo las llamas consumían sus pertenencias, hasta que unos sirvientes la sacaron a la fuerza.
Tras este incidente, fue trasladada al castillo de Bouchout, al norte de Bruselas, con la razón ya irremediablemente perdida. Allí, presa de brotes de esquizofrenia, agresividad y manía persecutoria, viviría recluida hasta su muerte.

En Bouchout, a causa de una neumonía, falleció el 19 de enero de 1927, a los 86 años, la última emperatriz de México. Durante su largo encierro, cinco imperios se desmoronaron a su alrededor: Francia, Brasil, Austria, Rusia y Alemania.
Sus últimas palabras, según Luis Weckmann, fueron: ‘Todo aquello terminó sin haber alcanzado el éxito’, un lamento final por una vida marcada por la ambición, la tragedia y la locura.