domingo, septiembre 28, 2025
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    Amor que no fue de un verano: Una columna de Maite Beorlegui

    Descubre un relato íntimo sobre un amor vivido en presente, sin pretensiones, marcado por la complicidad, la pérdida y la memoria eterna.

    Por: Maite Beorlegui.

    ¿Cómo se conocieron? ¡No lo sé!; ¿Cuándo? Tampoco. Solo pienso en el pasado: nació un 28 de abril de 1911. Pienso que fue un siglo atrás. Parece lejano, pero no lo es tanto. Pregunto y no encuentro respuestas. ¡Nadie sabe! ¿Cómo puede ser esto? Quizá cada quien narra su propia historia al pensar en él.

    Todo a su alrededor era habitual: sus diarios, su boina, su puro que lo acompañaba a todas partes, esa honestidad que lo atravesaba y una mirada tan fuerte que con ella se expresaba.

    ¿Cómo comenzó esta historia de amor?

    Nunca necesitó palabras para manifestar lo que sentía; hablaba tres idiomas. Sus tardes sentado junto a ella me hacen recordar su cenicero ancho y de pata larga para colocar el puro, siempre cuidando que no se quedara ahí la última parte ya quemada porque olería mal la habitación si no se retiraba.

    ¿Qué fue lo que vio en ella que lo enamoró? No era precisamente amorosa o hermosa. Eso sí, tenía ojos muy bonitos. No era dulce ni afectuosa; al contrario, parecía adusta la mayor parte del tiempo. Sus dos mayores cualidades eran la cocina y el tejido.

    Pero él, ahí, siempre junto a ella, con esa complicidad que solo reconocen quienes la han vivido. Recuerdo cómo, ante su voz, él ratificaba cada palabra.

    Parecía que los unía un hilo de recuerdos y que no necesitaban a nadie más. Esa fuerza los hacía sentir indestructibles: cinco hijos, aunque solo a tres les dieron realmente hogar, los dos más pequeños no lo conocieron.

    Cómo olvidarlo con su camisa a cuadros de franela y su suéter color café con leche, acompañado de su boina en los días de invierno.

    Historia amor
    Amor eterno que sigue vivo en recuerdos y generaciones. Foto: Pexels

    Cómo olvidar cuando caminaba en la gasolinera de un lado a otro supervisando -jera el padre del patrón!—, reventando globos por el ruido que hacían los niños a su alrededor, o en la casona de La Marquesa, donde con la mirada parecía seguirla y llegaba hasta la cocina solo para saber si ella estaba bien, sin decir absolutamente nada, solo observando.

    ¿Qué conversaciones habrán tenido ella y él en los pasillos largos que conducían a su habitación en esos días donde ya nada era igual? ¿Qué habrá sentido cuando su protector partió para migrar como lo había hecho él?

    O la vez que me dijo que debería ser abogada, ya que pasaba tiempo defendiendo a mis hermanos, sobre todo si se trataba de reventarles sus globos, siempre respondiéndole para que nada les dijera. Solo él sabía cómo calmarla con esa mirada que la tranquilizaba.

    El legado de un amor que trasciende generaciones

    Se notaba que no podían vivir el uno sin el otro.
    No construyeron futuro, solo vivían el presente.
    No pasaba un día en el que no la necesitara.
    Había tanto en su historia que no alcanzan las letras para describirla.
    Se hace pequeño el lienzo para plasmar sus imágenes con paso lento; ya se los cobraba el tiempo.

    No recuerdo cómo la nombraba. No sé si le decía «chata», quizá «bonita» o «mi amor».
    Lo que sí sé es que no hubo relación más completa que la de ellos, así tal como fue. Dejaron de tener pretensiones, sin expectativas mayores a lo que fue su realidad, porque así la creían perfecta.

    Hasta que llegó el día en el que ella ya no estuvo.
    No más miradas de complicidad.
    No más el eco de sus palabras.
    No más suéteres y cocina.
    No más vino tinto.

    Casi setenta veranos juntos.
    Danzando en la oscuridad de la soledad, que se hacía insoportable.
    No comía.
    Había que invitarlo a asearse.
    Lo mismo daba si había Sol o Luna.
    Hoy se le llama depresión; antes, tristeza profunda, y en un abrocharse las agujetas, esa figura pesada se quedó congelada en su tristeza.

    Historia amor
    Amor eterno que sigue vivo en recuerdos y generaciones. Foto: Pexels

    ¡Cuánto sé que tengo de ti! ¡Cuánto silencio en lealtad llevo de ti!
    Hoy me sorprendo…
    Pero hoy sé que no moriré de amor, aunque lleve tu sangre.

    ¡Te entrego todo lo tuyo!
    Yo decido vivir por MÍ, por ÉL, por ELLA. La honro y también la perdono.
    Vivo por y para todos los que han llegado después.
    Vivo en plenitud desde el compromiso pleno de ser aún más feliz.

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