Texto: Galia Loupan
Fotos: Fabrice Gousset
Conoce a la galerista que convirtió sus convicciones políticas e identitarias en un rotundo éxito dentro del mundo del arte. En su universo todo gira en torno a la transparencia, el respeto y la familia.
Entremos más a fondo en el mundo de esta narradora innata con un gusto impecable y radical.
¿Cómo te convertiste en galerista?
Ser galerista no es un trabajo al que puedas postularte; no se enseña en ningún lugar. Es una combinación de conocimiento y pasión cuando se trata del arte. Yo empecé intentando ser artista. Hice un poco de fotografía.
Me rodeaba de jóvenes artistas afrodescendientes en París, pero podía ver que no había espacio, no había representación. Me impactó que en Francia no existiera un lugar para estos artistas, mientras que en Estados Unidos sí había una escena, aunque pequeña y marginada, desde los años 60, 70 y 80.
Así que decidí actuar como su agente y organizar exposiciones, aunque no tenía la menor idea de cómo hacerlo. Era buena para hablar, lo heredé de mi familia. Venimos de Somalilandia, crecí en una familia de narradores y poetas, entre mujeres que sabían hacer negocios. Era como: ‘si lo tienes, yo lo vendo’.
Pero también lo hacía desde una convicción profunda: ¿por qué no estábamos representados? ¿Es que no éramos lo suficientemente buenos? No. Éramos invisibles, no por falta de talento, sino porque simplemente no existían las plataformas que nos permitieran crecer. Además, había una falta de confianza, tanto en los artistas como en los coleccionistas.

¿Por eso abriste tu galería en Chicago?
Bueno, primero fue México, pero sí. Todo el mundo me hablaba de Nueva York, pero yo quería liberarme de ese peso, evitarlo. Cuando descubrí Chicago sentí que era la ciudad perfecta para mí, porque me gustan las segundas ciudades. Tal vez porque soy la segunda hija, siento que ser ‘la número 2’ tiene algo especial (ríe).
Chicago tenía las instituciones, los artistas, una comunidad afrodescendiente y afroamericana establecida, emancipada, dentro de la tradición de la excelencia negra…
Un contraste enorme con la situación de la gente afrodescendiente en Francia y el Reino Unido. Observaba la escena en Chicago y pensé: quizá lo único que falta aquí es una galerista afrodescendiente.
¿Qué pasó con México? Dijiste que viniste antes…
México es un lugar profundamente histórico. Es exótico, un urbanismo tropical. También es un país que ha vivido el colonialismo. Siempre me fascinó México, sentí que de alguna manera me pertenecía. Además, tiene una comunidad negra y afrodescendiente poco conocida.
Es un lugar muy familiar. Todos los museos son gratuitos, así que cada semana las familias se arreglan con sus mejores galas dominicales y van a visitarlos. Fue muy refrescante después de vivir el individualismo estadounidense.
Cuando hice mi exposición con Eva Jospin, ella nunca había estado en México. Le dije: ‘Verás, encontrarás tu arquitectura, tu barroco, todo está aquí’. Ha habido muchas oleadas: italiana, española, francesa. Hay un pequeño París aquí, pero más flamboyante y detallado, que convive con el lado brutalista de la ciudad.
Pasas de un extremo a otro, es muy caótico, con raíces de árboles que rompen las banquetas. Y está también su relación con la muerte. Muy distinta a la europea, pero aún más distinta es la forma en que los estadounidenses se relacionan con la mortalidad.
Eres conocida por representar a muchas artistas mujeres ¿fue algo intencional de tu parte o simplemente sucedió así?
Puede que sea algo inconsciente, pero siento una solidaridad con las mujeres, sobre todo con las que se parecen a mí. Creo que las mujeres afrodescendientes expresan cosas que surgen de su vida, pero también de las presiones sociales y familiares que cargan.
Cuando observas la jerarquía social, en demografía, economía, estética, deseabilidad, las mujeres negras siempre están al final. Y sin embargo, hay una resiliencia, un deseo de emancipación. Las mujeres negras siempre tienen que hacer más que las demás para ser iguales.
Esa situación, que me resulta familiar y con la que empatizo, me ha llevado a querer trabajar más con ellas, no solo para protegerlas, sino también para que me eleven. Las he celebrado tanto como he podido y sigo haciéndolo: son mis musas, mis amigas, mis hermanas, y aspiro a crecer con ellas.
Mucha gente reflexiona sobre por qué hubo tan pocas artistas mujeres en el pasado. ¿Qué piensas tú?
Me niego a creer que haya menos mujeres artistas en la historia. Lo que ocurre es que no tuvieron las mismas plataformas ni fueron celebradas de la misma forma. Basta con revisar los archivos y publicaciones: hay muchísima menos información sobre ellas que sobre los artistas hombres.
No recibieron las exposiciones, ni el reconocimiento. Y los temas en los que trabajaban habrían transformado a otras generaciones de mujeres. Muchas artistas nunca tuvieron esa transmisión intergeneracional.
Por eso, cuando una joven artista o curadora se interesa por una mujer artista del pasado, tiene que redescubrirla, hacer una investigación profunda. En cambio, un estudiante que busca información sobre artistas hombres del minimalismo de los 60 tiene todo a la mano. Por eso las artistas no generaron ‘otras artistas’ como sí ocurrió con los hombres.
En especial las de performance conceptual: se les consideraba locas, había que mantenerse lejos de ellas. Mira a alguien como Lorraine O’Grady, con quien he trabajado: antes del reconocimiento, que llegó muy tarde en su carrera, hubo un largo desierto. Y en ese desierto hay pobreza, marginación. Solo después de mucho tiempo la gente se da cuenta de que tenías algo que aportar, pero no hubo apoyo ni comprensión.
Sabemos que a nivel institucional las cosas han mejorado un poco, pero ¿qué pasa con los coleccionistas?
No están tan sometidos a presiones políticas.
Entre 2020 y 2022 hubo un poco de furor, debido a los confinamientos y a todo lo que estaba ocurriendo políticamente. La gente se interesó en la escena joven afrodescendiente.
Hubo un interés real en el aspecto figurativo de esta escena, algo bastante identitario, con un enfoque en la estética y la belleza negra. Así que estos artistas experimentaron una progresión muy rápida, pero fue prematura en muchos sentidos.
Para mí, los museos y las instituciones son el verdadero barómetro del valor de un artista. Los coleccionistas privados operan en un mercado bastante opaco. No existe una referencia real de precios, las cosas suceden caso por caso.
De cualquier modo, hubo una gran tendencia hacia estos artistas, especialmente los hombres. Y eso me enfureció, con el tiempo, porque no creo que muchos de ellos lo merecieran.
Temo que por esto, especialmente en Estados Unidos —y para ser clara, no es en absoluto lo que deseo, es lo que temo— haya un aumento del populismo y del identitarismo, y que la gente empiece a sentir que es demasiado, que estas personas están ocupando demasiado espacio.
¿Los coleccionistas negros suelen comprar principalmente a artistas negros?
Ha habido una larga historia de exclusión. A los coleccionistas afrodescendientes se les mantuvo alejados de los artistas afrodescendientes durante mucho tiempo, porque estos artistas eran bastante vanguardistas. No conozco a muchos coleccionistas negros que tengan obras de Basquiat, a pesar de que él era muy político y panafricanista.
Esto ha causado mucha frustración. He conocido personas que llevan coleccionando por más de 20 años y a menudo me dicen que no tienen el mismo acceso que otros coleccionistas. Ahora algunos artistas están exigiendo que los coleccionistas negros tengan acceso a su obra.

Yo trabajé en la dirección opuesta: mi objetivo fue hacer que estos artistas fueran accesibles para familias, jóvenes coleccionistas, personas que quisieran celebrar su herencia. Hemos desarrollado una hermosa comunidad de coleccionistas afrodescendientes para nuestros artistas.
Estoy muy feliz por eso, porque fue una especie de misión para mí corregir esta exclusión, dar a los coleccionistas el mayor acceso posible a los artistas negros, sin filtrarlos. Y se nota. Estoy orgullosa de mi público, es muy inclusivo.
En cualquier exposición puedo tener desde un 20-25% hasta un 100% de las obras yendo a coleccionistas afrodescendientes, sin que yo discrimine al revés de ninguna manera. Simplemente, mostraron interés y, cuando llegó el momento de presentar al artista, estaban listos.
Soy increíblemente afortunada de vivir en una época en la que puedo sentarme en una mesa con un curador afrodescendiente, que habrá desarrollado el concepto de una exposición, con el artista afrodescendiente a un lado y el coleccionista afrodescendiente al otro.
¿Los coleccionistas suelen enfocarse en artistas específicos?
No tanto, lo que importa es la colección. Es una cuestión de gusto, de qué encaja con lo demás. Un coleccionista de Cindy Sherman puede apreciar el trabajo de alguien como Ayana Jackson, que está haciendo el mismo tipo de performance transformador que Sherman.
Necesitan sentir que ese artista tiene pertinencia en su colección, sobre todo en el caso de coleccionistas de segunda generación. O a veces compraron algo de un artista hace 10 años y quieren añadir algo nuevo, para darle continuidad y escribir su historia.
También hay familias: he visto niños de 10 años que ahora tienen 20 y no pueden pagar una obra, pero quieren una edición limitada. Nosotros investigamos a nuestros coleccionistas, no queremos especuladores. Eso protege a nuestros artistas.
Eres una especie de curadora de artistas… y también de coleccionistas
De alguna manera, sí. Es cierto que una vez que entras, pasas a formar parte de la familia. Y todo es transparente: hablamos con los artistas sobre quiénes son los coleccionistas, se hacen amigos, conviven.
Casi siempre tenemos exclusividad con nuestros artistas. Creo en las relaciones largas. Por supuesto, las ambiciones pueden evolucionar, pero creo que cuando existe una relación larga y constante entre un artista y un galerista, ese artista obtiene más impulso en la escena institucional.
Ser artista es como correr un maratón. Los proyectos que estamos lanzando ahora se verán en 3 o 4 años. Estoy muy contenta de que tengamos cuatro exposiciones individuales de artistas este año, pero esas conversaciones habían comenzado hace 4 años.
¿Qué sientes que ha cambiado más en el mundo del arte según tu experiencia?
Hubo un tiempo en que la gente no podía diferenciarme de los artistas que estaba mostrando. Me preguntaban si era yo, o mi tío, o mi hermana… No podían imaginar que una galerista negra pudiera trabajar con artistas negros de diferentes culturas, de otros países que no tenían nada que ver con mi familia.
Ya no me hacen esa pregunta. Ya no es ‘una cosa u otra’, ahora es ‘ambas a la vez’. Es la forma en que me represento a mí misma, a través de los artistas que presento y de los temas que ellos exploran.
Estoy en París, Chicago y Ciudad de México. Cuando la gente me pregunta de dónde soy o dónde vivo, les digo que soy del futuro.

