Febrero es un mes singular, y es que, con sus 28 días, rompe la armonía del calendario anual y nos deja con una sensación de misterio. Cada cuatro años, además, nos sorprende con un día extra, el famoso 29 de febrero, como si el tiempo jugara con nuestras expectativas.
Pero, ¿por qué este mes es el único que no alcanza los 30 días? Para entender su peculiaridad, es necesario remontarnos a la antigua Roma y a los caprichos de la historia, donde la superstición, la política y la astronomía dieron forma al calendario que hoy conocemos.
¿Por qué febrero es el único mes con 28 días?
Febrero es el único mes con 28 días porque heredó una peculiaridad matemática y simbólica de la antigua Roma. Su historia es una mezcla de superstición, ajustes astronómicos y decisiones políticas que lo convirtieron en el mes más inusual del calendario.
Cuando Numa Pompilio reformó el calendario en el siglo VIII aC, buscó alinear el año con los ciclos lunares, pero para mantener la preferencia romana por los números impares, distribuyó los días de los meses en 29 o 31. Al final, faltaban días para completar el año, y febrero, el último mes en ese entonces, fue sacrificado con solo 28.

¿Quién decidió que febrero tuviera 28 días?
El responsable de que febrero tuvo 28 días fue Numa Pompilio , segundo rey de Roma. En el siglo VIII aC, decidió reformar el calendario de Rómulo, que solo tenía diez meses, agregando enero y febrero para sincronizarlo con los ciclos lunares.
Sin embargo, los romanos consideraron los números impares de buena suerte y, al distribuir los días, se dieron cuenta de que necesitaban un mes con un número para completar el año de 355 días.
El elegido fue febrero, que, además, era el mes de los rituales de purificación y los sacrificios a los dioses del inframundo. Así, quedó con 28 días, convirtiéndose en el mes más singular del calendario.
Años después, Julio César decidió poner fin a este desorden con una reforma drástica. Guiado por el astrónomo Sosígenes de Alejandría, instauró un calendario basado en el sol, con años de 365 días y un día extra cada cuatro años.
Pero febrero, ya marcado por su historia, conservó su singularidad: continuó siendo el más breve, aunque ahora se le concedía el honor de tener 29 días en los años bisiestos.
¿Cuál es el origen del calendario de febrero?
El origen del calendario de febrero nos transporta a la Roma del siglo VIII aC, cuando el tiempo se medía de manera muy diferente a como lo hacemos hoy. En aquel entonces, los romanos utilizaron el calendario de Rómulo , que constaba de solo diez meses y comenzaba en marzo, el mes consagrado a Marte, dios de la guerra.
Pero febrero no fue un mes cualquiera. Al ser el último del año en aquel entonces, los romanos lo destinaron a los rituales de purificación y expiación, prácticas esenciales antes de dar inicio a un nuevo ciclo.
Incluso su nombre proviene de ‘februare’, que en latín significa purificar. No solo nació para cerrar un calendario, sino también para marcar un tiempo de transición, un respiro antes de que la rueda del tiempo volviera a girar.

¿Por qué algunos años febrero tiene 29 días?
El tiempo no se deja domesticar fácilmente. Aunque el calendario juliano corrigió gran parte de los errores anteriores, había una pequeña diferencia que, con los siglos, comenzó a desajustar las estaciones:
La duración real del año no es exactamente de 365 días, sino de 365 días y 6 horas. Esas horas sobrantes, con los años, iban desordenando el delicado equilibrio del tiempo.
Para solucionar esto, Julio César estableció el año bisiesto: cada cuatro años, febrero recibiría un día extra, el 29, un pequeño regalo que lo acercaba al resto de los meses, aunque solo por un instante. Sin embargo, incluso este ajuste era imperfecto.
Con el tiempo, el desfase seguía creciendo, y en 1582, el papa Gregorio XIII hizo la última gran reforma al calendario: se estableció que los años divisibles por 100 no serían bisiestos, a menos que también lo fueran por 400. Así, los años 1700, 1800 y 1900 no tuvieron 29 de febrero, pero el 2000 sí.