martes, noviembre 11, 2025
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    Mariana La Chávez: Así se viste la incertidumbre

    El quiet luxury transforma la moda en una narrativa de poder silencioso, el tailoring index es una respuesta estética a la recesión emocional y material.

    Cada época viste su propio desafío. Cuando se habla de geopolítica, sociedad, cultura y economía, pocos voltean a ver la pasarela. Quizá se deba a que la imagen colectiva del mundo de la moda sigue siendo la de un entorno frívolo o distante.

    Sin embargo, con el auge de las redes sociales y la expansión de la industria pre-loved, aquella inaccesibilidad que antes la caracterizaba ha comenzado a diluirse.

    Aun así, las pasarelas continúan siendo espejos del tiempo. Pueden hablar, anticipar o incluso advertir una época, así como ocurrió con las colecciones primavera–verano 2026, presentadas durante la Semana de la Moda en París, Francia.

    Cuando el futuro se vuelve opaco y la economía tiembla, la moda tiende a recogerse: reduce los excesos, neutraliza los colores y alisa los pliegues.

    En 2025, ese repliegue adoptó el nombre de quiet luxury, una estética que renuncia al grito del logo para refugiarse en la solidez de un blazer bien cortado, en el silencio de un lino crudo o en la seguridad moral de un traje que promete control.

    Mariana La Chávez
    Mariana La Chávez analiza el papel actual del Tailoring Index en la sociedad. Foto: Marie Claire México.

    No es coincidencia

    La historia demuestra que cuando la economía se vuelve incierta, el gusto busca estructura, y pocas cosas simbolizan mejor la estabilidad que un traje sastre. Este fenómeno tiene fundamento, y mientras los economistas observan los indicadores, la moda busca traducirlos.

    Así como el Lipstick Effect —ese aumento en ventas de labiales durante las crisis— refleja una necesidad de ánimo, hoy podríamos hablar de un nuevo indicador: el Tailoring Index, que señala el ascenso del traje sastre femenino como respuesta estética a la recesión emocional y material.

    ¿Qué es el Tailoring Index?

    Desde 2023, Google Trends registra un repunte sostenido en búsquedas de blazer y traje sastre para mujer. No es solo un dato digital. Las pasarelas exhiben líneas limpias, hombros definidos y una neutralidad cromática que también domina el street style, donde abundan los blazers y los pantalones de vestir.

    Pareciera que el cuerpo vuelve a cubrirse, no por pudor, sino por una necesidad de certidumbre. El traje sastre femenino nació como armadura. En los años ochenta fue la llave de acceso a oficinas y consejos dominados por hombres.

    Hoy reaparece como escudo emocional frente a un mundo laboral inestable y ante corrientes ideológicas cada vez más conservadoras.

    Vestir con estructura le da calma al caos

    Pero hay una diferencia: el nuevo power dressing no busca imitar al poder masculino, sino apropiarlo desde una definición estética propia. Es una autoridad serena, una sobriedad que no pretende confrontar lo masculino, sino afirmarse desde lo femenino. Por eso las siluetas son amplias pero no agresivas, los tonos neutros pero no sumisos.

    Chanel SS26
    Uno de los looks de Chanel SS26. Foto: Cortesía.

    Más allá de lo simbólico, las grandes casas de moda también se replegaron. Tras la euforia pospandemia, los márgenes de utilidad se estrecharon y el consumidor comenzó a buscar piezas atemporales, sin fecha de caducidad estética. Según el informe ‘The State of Fashion 2025’ (McKinsey & BoF), la prioridad global ya no es acumular, sino permanecer.

    A ello se suma la creciente conciencia en redes sociales sobre los efectos nocivos del fast fashion, el interés por conocer los materiales de las prendas y la revalorización de las tiendas vintage, convertidas en espacios donde aún se pueden hallar tesoros perdidos.

    El filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky decía que la moda dramatiza el presente; hoy dramatiza la contención. El lujo visible y ostentoso pasó de moda. El lujo silencioso, ese que apenas se nota, se volvió una declaración de estabilidad: ya no solo viste cuerpos, también educa conductas. Nos enseña a mostrarnos racionales, eficientes, sostenidos. A proyectar control incluso cuando no lo tenemos.

    La sobriedad dejó de ser aburrida para convertirse en una forma de inteligencia financiera y emocional. Sin embargo, esa sobriedad encierra una trampa: en su aparente modestia, el quiet luxury reafirma jerarquías. El poder que no necesita anunciarse sigue siendo poder.

    En países como México, el auge del lujo silencioso puede leerse como la persistencia de estructuras de elitismo, clasismo y racismo. Ese lujo no se limita a las prendas: también se expresa en el cabello, la piel, la postura. Vuelve a dar peso a la apariencia, al ‘cómo te ves’, como variable que determina el ‘cómo te tratan’.

    Cada inestabilidad económica reconfigura el deseo

    Hoy, el deseo se viste de serenidad. La moda ha comprendido que vender tranquilidad puede ser más rentable que vender euforia. En tiempos de inflación, el quiet luxury deja de ser tendencia y se convierte en una narrativa de supervivencia. Funciona como placebo visual para quienes buscan certeza en la textura de la lana, en la caída de un pantalón perfecto o en el grosor del botón de nácar.

    Para las mujeres, el regreso del traje sastre tiene un significado generacional. Ya no es uniforme corporativo, sino lenguaje de identidad. Simboliza una madurez emocional frente al colapso: el poder de seguir de pie, sobria, mientras todo fluctúa.

    Por eso, mientras la economía duda, la sastrería avanza. El traje vuelve a ser el signo de quien sostiene su trabajo, su cuerpo y su entorno desde la disciplina del estilo.

    Toda contención anuncia su estallido. El quiet luxury podría ser la antesala de una nueva exuberancia. Mientras tanto, su elegancia silenciosa marca la pauta en un mundo que grita. La verdadera distinción está en bajar el volumen, habitar el presente y apostar por la sobriedad como forma de quietud y armonía.

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