Nicole Kidman en bata, Claudia Schiffer en una suite con alfombra pesada, Isabelle Huppert impasible entre cortinas de terciopelo. Balenciaga firma una de sus campañas más inquietantes y cinematográficas hasta la fecha. Y no, no se trata solo de moda.
¿Qué busca Balenciaga al llevar la alta costura a un hotel?
La nueva campaña Invierno 2025 de Balenciaga no sucede en un estudio ni en las calles. Tiene lugar en un hotel de Biarritz, un escenario tan opulento como decadente, donde el exceso de ornamento se vuelve el telón de fondo para una colección técnica, híbrida y desafiante. Lejos del artificio, la propuesta —fotografiada por Juergen Teller y cocreada con su esposa y socia creativa, Dovile— elige incomodar, contrastar y romper con lo previsible.
Las imágenes se sienten crudas. No hay filtros, ni ángulos glamourosos. Solo escaleras, alfombras, salones saturados… y celebridades vestidas como si acabaran de ser capturadas al pasar. Es el lujo en su forma más poco convencional.
¿Quiénes son los protagonistas y qué representan?
El elenco es, como todo en esta campaña, una elección deliberada. Nicole Kidman aparece casi fantasmal. Isabelle Huppert, elegante e impenetrable. Claudia Schiffer, monumental. Patrick Schwarzenegger, Arthur Chen, Liu Wen, Adut Akech y Roxane completan esta narrativa de rostros familiares y poderosos.
No están ahí para ser bellos. Están ahí para encarnar. Para sostener la incomodidad de la imagen, la pausa dramática de cada fotografía, el desajuste entre espacio y prenda. Más que modelar, representan una nueva lectura del vestir contemporáneo según Balenciaga: performativo, teatral y lleno de textura emocional.


¿Qué papel tiene Juergen Teller en esta historia?
Teller no fotografía. Teller observa. Captura. Desencaja. Su estilo directo y anti-glam se intensifica al enfrentarse con las proporciones y ornamentos del hotel. No hay equilibrio. Hay tensión. La campaña deja claro que cada imagen está pensada, medida y compuesta para desordenar.

¿Qué propone la colección Invierno 2025?
Balenciaga juega con la dualidad. Por un lado, prendas vanguardistas y funcionales; por otro, siluetas dramáticas con espíritu de alta costura. La colaboración con PUMA introduce piezas técnicas: chaquetas deportivas, guantes funcionales, gafas con estética futurista. Todo se mezcla con abrigos envolventes, vestidos estructurados y volúmenes que rozan lo escultórico.
Los nuevos accesorios —protagonistas de una serie de bodegones tan meticulosos como las tomas principales— aportan color y textura: el Rodeo y Le City en ante encerado y borrego, un modelo en cocodrilo rosa, el Carrie Carry-All en tono sésamo, y el Shibuya Pump, que fusiona el satén con lo atlético en un híbrido de zapato y sneaker. También destaca la Bel Air Flat Ballerina, una bailarina de espíritu clásico pero con actitud callejera.


¿Por qué esta campaña nos obliga a mirar dos veces?
Porque es incómoda. Y esa es su mayor virtud. En un momento donde la estética “perfecta” domina los timelines, Balenciaga opta por la verdad rugosa de la imagen sin adornos. No quiere que ames la ropa: quiere que la mires. Que sientas algo.
Las celebridades aparecen fuera de lugar. La moda, fuera de contexto. El resultado es hipnótico, perturbador y absolutamente moderno. Es la representación visual de una marca que no busca encajar, sino detonar conversación.

Lo es porque traduce el universo Balenciaga en una narrativa poderosa, sin maquillaje ni adornos superfluos. Porque es más un retrato que una campaña. Más una película muda que un lookbook. En Biarritz, el invierno no es frío. Es denso, saturado, imperfecto y teatral. Como solo Balenciaga sabe hacerlo.