Por: Luisa Peña
Los hijos aún no se van, pero los momentos en los que coincidimos se reducen principalmente a las horas de salida y llegada, cenas y algunos fines de semana. Siguen en casa, pero definitivamente ya no es lo mismo.
Hubo una época en la que, como heroína, les solucionaba la vida. Era quien sabía dónde estaban todos los objetos perdidos, quien practicaba primeros auxilios, hacía de maestra, psicóloga, chofer y compañera de juego.

¿Qué pasa cuando los hijos ya no te necesitan tanto?
El caos matutino era el pan de cada día y las noches se convertían en una carrera contra reloj para llevar a cabo el baño, la cena, el lavado de dientes y contar un cuento en la cama.
Pero un día, sin previo aviso, algo empezó a cambiar. Especialmente con mi hijo mayor, quien desde que entró a la universidad resuelve sus problemas, tiene su rutina independiente de la mía y ya no me necesita como antes. Confieso que al principio me movió durísimo y, aunque me sentí muy orgullosa de su independencia y seguridad, al mismo tiempo me invadió la tristeza.
Aquellos días en los que la rutina diaria requería de mi presencia para coordinar tareas se habían ido para siempre. Sentí un vacío que no se llenaba con nada, como si el papel que había desempeñado durante años ya no fuera parte del libreto.
La nostalgia de una madre cuando los hijos crecen
Comencé a cuestionar mi identidad con una sensación de haber perdido el rumbo. Aunque a mi ritmo, nunca dejé de trabajar, ya que he tenido la fortuna de hacerlo como consultora, administrando mi tiempo con horarios flexibles. Esto me ha dado la oportunidad de estar con mis hijos y desempeñar las responsabilidades de maternidad de una forma más equilibrada.
Confieso que, a veces, estar en ambos mundos ha sido una maniobra agotadora. Por años no tuve tiempo suficiente para mí, como hacerme las uñas, pasar una tarde con amigas o ir al cine a mitad de semana. Y ahora me preguntaba:
¿Qué voy a hacer con el tiempo que me sobra? Me encontraba en una nueva etapa de mi vida en la que tuve que aprender a soltar el control y darle espacio a mi hijo mayor para que descubriera cómo resolver su propia vida, incluso si yo conozco “una forma más fácil».

Redescubrir quién eres más allá de la maternidad
En esta nueva etapa, ya no eres la cuidadora las 24 horas, sino la acompañante silenciosa: observas, sonríes, escuchas, estás presente, pero sin intervenir a menos que te lo pidan. ¡Y cómo cuesta entender que no es que no te quieran! ¡Que es completamente sano que empiecen a no necesitarte!
Enfrentarte a tus vacíos da miedo porque implica aceptar que tu papel está cambiando y que la vida que has tenido hasta ahora ya se quedó atrás. Sin embargo, creo que también es una oportunidad para redescubrirnos. Ahora la vida nos invita a reconectar con esa parte de nosotras que habíamos dejado atrás.
Es el momento de preguntarnos: ¿Qué quiero para mí ahora? ¿Qué proyectos quedaron pendientes? Y eso es maravilloso.
De cierta forma, el nido vacío es una pérdida que hay que procesar y transitar con paciencia. Ahora que estoy más tranquila y me he acostumbrado a la nueva rutina, descubrí que también es una puerta abierta en la que puedo redireccionar mi vida, conectar con pasiones, reinventar la rutina y hasta hacer cosas que antes parecían imposibles.

Cómo reconectar contigo en esta nueva etapa
Al final, cuando los hijos ya no te necesitan como antes, lo que realmente aparece es un nuevo espacio para ti, tu pareja, tus amigas, tus proyectos… Para esa versión de ti misma que quizás habías dejado en pausa.
Un tiempo para entrenar nuevas alas, porque así como ellos aprendieron a volar, nosotras también tenemos derecho a explorar otros cielos.

