Por: Monica Mendoza.
El 7 de octubre de 2023, Alejandra López y Rebecca González, dos mujeres colombianas residentes en Israel, vieron sus vidas partirse en dos. Una sobrevivió a la masacre del festival Nova, donde vio morir a sus amigas.
La otra lleva más de 570 días esperando noticias de su esposo, uno de los secuestrados por Hamás. Ambas son madres. Ambas, de distintas maneras, viven un duelo que aún no termina.
La fiesta que se convirtió en infierno
Alejandra López tiene 31 años y vive en Israel desde hace nueve años. Profesora de arte, madre de un niño de diez, llegó al festival Nova con un grupo de amigos y amigas en busca de música y desconexión. Lo que encontró fue el infierno.
‘Vi cuerpos calcinados, mujeres mutiladas, gente colgada en los árboles. No hubo un solo cuerpo entero’, recuerda.

Durante horas se escondió entre ramas secas con su amiga Sigal, cubriéndose de barro para evitar ser violadas. ‘Llené su rostro y el mío de todo lo que encontraba. Nos abrazamos durante horas sin hablar, solo mirándonos a los ojos’.
Alejandra sobrevivió, pero regresó sola. Su mejor amiga fue asesinada. Otra fue quemada viva. Su historia es una crónica del trauma: cortes, espinas, balas, garrapatas, miedo y silencio.
A día de hoy, Alejandra sigue en tratamiento psiquiátrico, recibe terapia grupal y tiene un perro de apoyo emocional. ‘La mitad de mí se fue ese día’, dice. ‘Yo no volví a bailar, no volví a escuchar música‘.
Pero aún con el alma hecha trizas, su voz no tiembla cuando dice que habla por quienes ya no pueden hablar. Por las mujeres violadas, por sus amigas asesinadas, por los sobrevivientes que sienten que el mundo ha volteado la mirada.
‘No he visto a las organizaciones de mujeres levantar la voz por las nuestras. ¿Dónde están? ¿Por qué si la mujer es judía, nadie dice nada?’
El esposo que prometió volver
Rebecca González tiene 33 años. Vive en Jerusalén con su hijo de cinco y hasta el 6 de octubre, con su esposo, Elkanah.
Él fue uno de los organizadores del festival Nova y, como en tantas otras historias de ese día, decidió quedarse a ayudar. ‘Me dijo: ‘yo te prometo que regreso a casa’, cuenta. Fue la última vez que hablaron.
Horas después, Rebecca recibió un video. Su esposo estaba en el suelo, rodeado de hombres armados. Secuestrado. Desde entonces han pasado más de 570 días.
‘Vivir con esta ausencia es como ponerse una máscara y salir a la calle’, confiesa. ‘Hay días en que puedo, y días en que solo quiero desaparecer’.

Han salido tres videos de prueba de vida. En el último, Elkanah se dirige a ella y a su hijo: ‘Quiero que sepan que los amo’, dice con una voz agotada. ‘Ram, quiero que sepas que quise criarte como un buen ciudadano’.
Rebecca ha tenido que ver esos videos sola. No puede mostrárselos a su hijo. ‘Él no puede cargar con esto’, dice. Aun así, cada día se levanta por él. Lo lleva al jardín, desayunan juntos, juegan. ‘No puedo darme el lujo de rendirme. Mi hijo me necesita fuerte. Y Elkanah también’.
Cuando le preguntan cómo sobrevive, responde sin vacilar: ‘con amor’. Y con una canción. La única que su esposo le dedicó alguna vez. Se llama ‘Guerrera’, y dice que ella tiene la fuerza de un ejército entero. ‘Todos los días la escucho en mi cabeza. Es su forma de hablarme. Es nuestra señal’.
La maternidad como resistencia
Ambas historias tienen un hilo común: la maternidad como impulso vital. Para Alejandra, su hijo es la razón por la que sigue levantándose.
Para Rebecca, Ram es la luz que la obliga a respirar. ‘Mi hijo es mi tratamiento’, dice. ‘Ese helado que compartimos. Esa serie en la noche. Esas cosas pequeñas que ahora valoro tanto’.

Lo que pasó el 7 de octubre cambió para siempre sus formas de ver el mundo, la fe, el amor, la seguridad. Pero también reveló lo más profundo de su humanidad.
Hoy, ambas mujeres son testimonio vivo de una violencia que, para muchos, aún es invisible. Y también del amor que, incluso en los escombros, sigue buscando formas de renacer.