Una columna de Bris Ibarra sobre la alimentación cuando enfrentas el lupus…
Pareciera que vivimos en mayor o menor medida una adicción a la comida. A diferencia de otras sustancias, alimentarnos es una necesidad primaria en los seres vivos y aprender a distinguir la diferencia entre hambre y ansiedad no resulta cosa fácil.
Estoy segura de que al igual que yo muchas personas han llegado a la conclusión de que probablemente nunca han tenido una relación sana con su cuerpo y con lo que deciden diariamente alimentarlo, así que podrán comprenderme cuando hable de esa pequeña sensación de culpa que llega después de ingerir algo que sientes que te aleja de la versión idealizada que has construido sobre ti mismo.
Problemas relacionados se pueden vivir de cualquier manera, o tienes un cuerpo naturalmente delgado que te gustaría que fuera más curvy o sientes que naciste con la peor genética y hasta lo que no te comes te hace subir algunos gramos, difícilmente alguien se siente del todo cómodo con su reflejo.
Siendo sensatos, lo más probable es que no tengas el conocimiento necesario para alimentarte de la manera específica que tu cuerpo necesita o que los problemas emocionales hagan de la suya orillándote a sucumbir ante tu ansiedad, el estrés y las situaciones que te rodean.
Mirando hacia atrás creo que fue en la adolescencia que comenzaron las inseguridades respecto a mi físico y la lucha con la comida, pues comparaba mi cuerpo con el de mis compañeras y resultaba emocionalmente cansado vivir con esa carga constante de mirarme con unos ojos tan críticos.
Una sociedad llena de prejuicios
Por muchos años, de manera inconsciente, asocié el rechazo con cómo me veía, pensando que si tan solo fuera esbelta o tuviera un cuerpo ideal las personas gustarían más de mí o que sería popular; es esta narrativa que te venden desde pequeño de que la gente bonita no tiene problemas.
Considerando que ya de por sí aprender a comer es complicado nos encontramos también con un sin número de ideas que nos hacen sentir obligados a elegir una única manera «correcta» de alimentarnos, pero las cosas no son blanco o negro, todo o nada, podemos crear nuestro camino, con comida que se acomoda a nuestras creencias, cultura, economía, cuerpo y valores.
Personalmente, a los diez años por motivos sentimentales dejé de comer carne roja y sin darme cuenta comencé un estilo de vida que aun mantengo y que se convirtió en parte de mi personalidad. Mi punto es que lo que introducimos en nuestro cuerpo es una decisión personal, no necesitamos entrar en ninguna categoría.
Una vez que me diagnosticaron con lupus todo cambió; la perspectiva que tenía sobre mi persona, las autocríticas constantes y la preocupación sobre lo que marcaba la báscula.
No sé cómo explicar lo que pasa dentro de ti cuando sientes que pierdes absolutamente todo control sobre tu cuerpo, mi prioridad número uno era mantenerme firme y sobrellevar todos los retos nuevos que en ese momento se me estaban presentando.
Mi físico y metabolismo cambiaron tanto, que resulta complicado hacer un conteo de todas mis versiones: la que comía sin cesar y bajaba de peso, la que tenía brazos y piernas delgadas pero un tronco ancho.
La de cara redonda pero cuerpo diminuto, la que era cero músculo y mucha grasa, la que vio su busto achicarse y agrandarse sin motivo aparente, la que se veía ancha pero pesaba poco.
Comprenderán que con todo lo anterior aprendí a soltar y dejarme llevar por la realidad del momento, si sentía hambre comía y de no ser así no lo hacía, le daba a mi cuerpo lo que me pedía, al fin y al cabo, iba a terminar luciendo como él quisiera por una cuestión que yo no podía controlar.
Vivir con dismorfia
Fueron un par de años de vivir con una constante dismorfia y de sentirme como una muñeca armada de piezas que no le pertenecen, pero me aferré a la idea de que sería algo pasajero y que lo más importante era recuperar salud recordándome diariamente que valgo mucho no por cómo luzco sino por quien soy en el interior.
Justo en esos años de descontrol aprendí una lección de vida que, aunque es muy obvia y bien conocida, nunca voy a olvidar: esta sociedad se preocupa por lo superficial y no por el fondo. Esto lo digo por la cantidad de personas que me felicitaron por ser prácticamente huesos andando.
Por todas aquellas que me preguntaron qué dieta estaba haciendo sin imaginarse las sesiones de quimioterapia, los problemas de riñón, los inmunosupresores, las noches en el hospital y los momentos de llanto que había detrás de mi apariencia. Nunca olviden que tanto la salud como la enfermedad se ven de muchas maneras y que en casos como este los estereotipos salen sobrando.
Ahora que gozo de una temporada de relativa salud en la que siento que mis restricciones físicas no son tantas, afronto mi alimentación de una manera diferente. A causa de muchas experiencias fallidas en el pasado me prometí nunca volver a intentar una dieta que me llevara a alcanzar una meta insostenible a largo plazo.
Aprendí a la mala que el sentimiento de tristeza es más grande cuando te ves como quieres y lo pierdes en prácticamente nada de tiempo porque no lo obtuviste de la manera correcta, y es por esas experiencias que les puedo decir que no es verdad que por regla las cosas son más sencillas cuando luces delgado, ni que la gente se fija más en ti, ni que eres más feliz, porque todo eso son cosas que se logran trabajando desde adentro.
En busca de la felicidad
Es válido pedir ayuda, pues a pesar de que todos creemos dominar el arte de comer, la realidad es que se necesitan estudios para dominar la nutrición y hay profesionales que dedican su vida a enseñar qué alimentos te van a dar lo que necesitas, pues así como mi cuerpo tiene deficiencias muy propias el tuyo también las puede tener.
Pero no busques a alguien que solo te de una dieta, sino que se preocupe por adaptarse a lo que tú buscas, que te haga sentir cómodo y que te inspire a seguir haciendo buenas elecciones aun cuando no estás bajo su tratamiento.
Sé que para algunas personas el llevar un régimen puede ser complicado, tomando en cuenta que nuestro día a día está cada vez más lleno de exigencias y carente de tiempo libre, pareciera que entre mejor comes, más gastas y puede que en algunos casos sea verdad, pero si te das la oportunidad estoy segura de que verás resultados no únicamente en cómo luces, si no en tu salud, en tus niveles de energía y en tu humor, pequeños pasos que día a día te hagan sentir orgulloso de ti y que al final se reflejará en cómo interaccionas con tu entorno.
A manera de consejo y viniendo de una persona que vive con una enfermedad autoinmune: No tomes tu salud por sentado, has buenas elecciones siempre que tengas la oportunidad, no te prives de nada pero encuentra el equilibrio y recuerda que vales mucho.
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