A continuación, les explico cómo gracias a mi situación de salud tuve que cambiar mis expectativas de lo que espero en una pareja y replantearme mi valor como mujer más allá de lo que siempre me enseñó la sociedad
Voy a asumir que todas sabemos lo que se siente que te rompan el corazón, ya sea por un amor no correspondido o por una historia que terminó antes de lo esperado, dejándote con mil preguntas acerca de cómo serían las cosas si hubieran sucedido de manera diferente. Yo no soy ninguna extraña al sentimiento del desamor y supongo que también he lastimado a personas en mi camino, porque así es la vida, incluso cuando no es tu intención, los sentimientos son algo que simplemente no se pueden forzar.
No fue hasta hace unos años, cuando tuve que aprender a vivir con una enfermedad autoinmune, que me topé con una inminente realidad: encontrar a una persona para compartir tu vida, conociendo lo frágil y compleja de tu realidad es casi como encontrar una aguja en un pajar. Y no es que estar sana vuelva la tarea algo sencillo, conforme pasa el tiempo más confirmo que es algo sumamente difícil para todos en general.
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Cuando tenía 22 años era independiente y aventurera, estaba en una relación con una persona a la que quise mucho, con quien tuve experiencias muy bonitas. Conforme mi salud fue cambiando tuve que modificar mi estilo de vida y prioridades, y aunque en un inicio me acompañó tanto como le fue posible, con el tiempo la realidad de mi situación fue demasiado para él. No le guardo rencor por haber terminado la relación, entiendo que tomó la decisión que era mejor para su bienestar y eventualmente para el mío.
Me hubiera lastimado más que se quedara conmigo por los motivos equivocados y que en lugar de un apoyo, se hubiera convertido en una carga extra en mi vida. Al final del día una cosa es cierta, yo ya no era la persona que él había conocido y nunca volvería a serlo.
Después de meses de asimilación me di cuenta de que no me dolía estar sin él, que lo más complicado de esa ruptura, en ese momento específico de mi vida, sería afrontar las nuevas e incontables inseguridades que generó en mi.
Anteriormente me preocupaban las mismas cosas que a cualquier persona cuando le interesa alguien; verme bonita, que me consideraran interesante, inteligente, etc., pero a partir del cambio de 180° que dio mi vida debido a mi diagnóstico de lupus, pasé por una tormentosa etapa que más bien rayaba en lo depresivo.
Todo lo que podía pensar era que nadie me iba querer por el hecho de tener una enfermedad de las que no se curan, por no poder hacer las cosas que las personas de mi edad tomaban por sentado, como salir de fiesta o irse de viaje, por tener alarmas que me recordaban cinco veces al día tomar mi medicamento, por lucir de una manera en la que ni siquiera yo podía verme al espejo, por tener una esperanza de vida significativamente menor a la de los demás, por tener días en las que no me podía levantar de la cama, por las visitas interminables al hospital y, por si fuera poco, por mi cada vez más fuerte convicción de no tener una familia propia.
Soy consciente de que es una lista bastante larga de atributos negativos, mientras la escribo me doy cuenta de que lo que hacía en aquel entonces era enfocarme en todas las cosas que no me gustaban de mi vida, pero es de entenderse, así ves el mundo cuando vives en dolor. Puede que por mi manera de escribir parezca que esos días han quedado atrás, pero todavía lucho con algunos demonios que me quieren hacer sentir menos de lo que realmente soy.
Incluso en mis temporadas buenas donde mi vida va relativamente bien, no puedo evitar sentir que le miento a todo el mundo, porque sé que mi enfermedad es así, y que de un día para otro puedo perder lo ganado y tener que volver a empezar.
Si sales con una persona que te conoce con anterioridad puede que tu situación sea un poco más sencilla de explicar, si es alguien completamente nuevo entonces te encuentras en la encrucijada de elegir el momento correcto para contarle. Aprendí con la experiencia que, en general, no existen reglas que te digan cuánto tienes que decirle a alguien sobre tu vida; tú eliges cuándo y a quién.
Aunque de repente me encuentro divagando en ideas y me pregunto qué tan ridículo se vería en un perfil de Tinder la descripción Lupus Fighter como una manera de advertir a la audiencia.
Ahora que estoy en una edad en la que la mayoría de mis amigos han decidido casarse o tener hijos escucho con frecuencia la frase “en la salud y en la enfermedad” y tiene un peso completamente nuevo, nunca había tenido tanto poder una promesa, pues creo que es fácil prometer amor eterno en la salud, pero no se conoce al verdadero amor hasta luchar con la enfermedad, cuando la belleza se desvanece, los gastos se incrementan y la diversión queda en segundo plano.
Me siento agradecida con tantas mujeres que confían en mí y me cuentan sus historias, por eso sé que no soy la única que ha replanteado su situación sentimental debido al lupus. Mujeres cuyos esposos las han dejado con sus hijos, jovencitas que desde temprana edad saben lo que es estar enfermas y que sienten que se pierden de la experiencia de su primer amor, mujeres que no saben si sería lo correcto dejar a sus parejas porque no se sienten comprendidas, pero tampoco quieren estar solas, mujeres que desde su juventud decidieron que lo mejor para ellas era estar sin compañía.
Pero también hay otro tipo de historias que llenan de esperanza, historias de parejas que se quedaron, que llegaron en el peor de los momentos y no se asustaron, de hombres que cumplieron su promesa y de personas que supieron ver lo bonito desde el alma.
Yo no estoy en busca del amor porque soy una ferviente creyente de que lo es para ti encuentra su camino, me enfoco en trabajar todos los días en ser la mejor versión de mí y me recuerdo a diario que soy inteligente, fuerte, bonita, valiente, generosa y honesta, que me esfuerzo por lo que quiero y cuido de las personas que son parte de mi vida, no merezco menos que alguien con la capacidad de ver todas esas virtudes en mí y sienta que es un privilegio tenerme como compañera.
Me rehúso a creer en eso que la sociedad siempre nos ha enseñado; que es mejor estar con alguien que nos quiere a medias a estar solas, que tenemos que pelear por el amor de una persona o que debemos caber en cierto prototipo de belleza para ser merecedoras de cariño.
Agradezco que mi familia me haya brindado educación para que el matrimonio sea una opción y no una necesidad, que me enseñaran que mi valor no recae en mi capacidad de darle nietos a mis padres, que me mostraron cómo ser agradecida, respetuosa y empática pero por sobre todo que no debo preocuparme por nada y por nadie más que por mí, por mi salud y por mi bienestar emocional.
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