Por: Elyfer Torres.
Desde niña, la mirada eurocentrista de la belleza me atravesó. Sin saberlo, ahí estaba yo, a los diez años, deseando ser una princesa que nunca llegó, una actriz que nunca vi, una Barbie que nunca tuve…
Deseando ser otra que no era yo. Buscaba en el exterior lo que veía en mi reflejo, pero gracias a la voz de mi abuelo, mi mamá, Rihanna y Zendaya, nunca tuve que buscar en mi reflejo lo que veía en el exterior. Es decir, evité traicionar mi propia esencia para encajar en estándares ajenos o imitarlos.

Todas crecimos bajo narrativas dominantes que invaden cada rincón de nuestra vida. Estas narrativas están tan interiorizadas que nos es difícil cuestionarlas. Nos bombardean con la idea de que existen jerarquías corporales:
Que hay formas correctas de tener el cabello, el cuerpo o las facciones del rostro; que lo eurocéntrico es mejor; que lo que sea que yo no soy es mejor.
Hoy no quiero cambiar nada de lo que me hace ser yo, ni mis rizos. Pero hubo un momento en que no fue así. Ni la voz de mi abuelo ni de las mujeres que admiraba era suficiente.
Pues los cuentos, la historia, la política y los medios de comunicación masiva silenciaban las voces de aquellos que me amaban.

Hasta la secundaria me alaciaba el fleco y me amarraba el pelo, sin notar el dolor que eso escondía, sin notar la historia de violencia que eso traía. Me preguntaba todo el tiempo:
‘¿Por qué elegían a las demás en el salón? ¿Por qué yo nunca le gustaba a los niños? ¿Por qué me sentía fea sin razón? ¿Por qué me acostumbré a la comparación?’.
Ámate, junto con todo lo que eres y representas
Este pelo, esta piel, esta que soy ha estado conmigo siempre y el proceso de aprender a quererla nunca es lineal, pero siempre es político, aunque así no lo quiera.
Sí, el cabello es un asunto político, tanto que nuestras elecciones estéticas pueden ser actos de resistencia.

En un mundo que constantemente nos dice cómo debemos lucir, cómo se es ‘bonita’, decidir llevar el cabello natural es una declaración de amor propio y de afirmación cultural. No es que se vea cool, no es mi look, no es que tenga mucho flow:
Es la herencia de mi sangre, la historia de mis padres, la rebeldía de no doblegarme a un sistema que nos quiere odiándonos, cambiándonos; es mi manera de resistir ante el racismo.

Cada rizo cuenta una historia, y cada historia merece ser celebrada. Y no, no nos tenemos que ver como nadie. Y no, no lo vamos a amarrar para encajar ni lo vamos a cambiar para evitar incomodar… Libre se va a quedar.
Amarme como soy; amar mi pelo libre, abundante, con frizz y como sea es mi acto diario más grande de resistencia. Así que reclama tu poder, porque amar tus rizos es honrar tu historia. Ámate y ama todo lo que eres y representas.

