Por: Maca Carriedo.
A ver, seamos honestas: ¿quién hubiera apostado que una científica chilanga, sin apellidos de abolengo político y con un discurso más técnico que carismático, iba a convertirse en el nuevo objeto de fascinación global? Spoiler: Nadie. Pero aquí estamos.
Desde que ganó las elecciones federales, los titulares internacionales no han parado: ‘La primera mujer presidenta de México’, ‘Una científica en el poder’, ‘Una ambientalista en la silla presidencial’… Y claro, el mundo está sediento de figuras femeninas poderosas que no vengan de la realeza ni del pop.

El fenómeno Claudia Sheinbaum
Pero ojo, no se trata solo de género. El fenómeno Claudia tiene más capas que una tlayuda bien armada. Es el tipo de personaje que rompe estereotipos sin necesidad de gritarlos. No posa, no grita, no se victimiza. Habla con cifras, con datos y con una calma que, en plena era del ruido digital, se siente casi punk.
Los medios franceses la adoran, los alemanes la entienden y hasta The New York Times le ha dedicado varios análisis serios. En TikTok hay fanáticas de 20 años usando sus discursos como sonido de fondo para sus videos de rutina matutina. Y sí, hay quien ya la llama ‘la Angela Merkel de Latinoamérica’.
Detrás de la presidenta de México
En México, mientras tanto, seguimos digiriendo lo histórico del asunto. Porque es la primera mujer en más de 200 años, la primera científica, la primera que se toma en serio el cambio climático. O sea, no solo rompió el techo de cristal, sino que lo hizo con casco de ingeniera.
¿Será que el mundo la ve con mejores ojos que nosotros? Puede ser. Tal vez es más fácil admirar a Claudia desde París que desde Iztapalapa. Pero lo cierto es que hay algo magnético en ver a una mujer llegar al poder sin pedir permiso, sin perder la compostura y sin vender su alma al algoritmo.

¿Será perfecta? Obvio no. ¿Va a decepcionar a algunos? Seguramente. Pero, ahora, Sheinbaum es ese fenómeno que no vimos venir y que el mundo ya abrazó… Que el mundo se enamore, está bien; pero nosotros, los de aquí, los que vamos a vivir sus decisiones todos los días, no podemos conformarnos con símbolos, pues ya tenemos experiencia en eso.
La presidenta electa tiene una oportunidad histórica. Ojalá la aproveche no solo para gustarle a The New Yorker, sino para gobernar con valentía, justicia y verdadera transformación. Porque una mujer en el poder no siempre es sinónimo de cambio, pero puede serlo. Y eso sí sería noticia mundial.