Formar parte del 2% que lo denuncia es una gran responsabilidad.
Por: Mónica Contreras.
Estuve siete años trabajando para una empresa hasta convertirme en alta ejecutiva. Sabía que mis conocimientos y resultados me habían llevado ahí. Aún así, me acosaron y reprimieron.
Nada me hubiera preparado para el momento en el que entré a una sala de juntas y encontré a seis hombres de trajes impecables sentados alrededor de la mesa. Estaban allí para obligarme a renunciar.
Sin tener idea de que esto iba a suceder ese día —o alguna vez durante lo que había sido una carrera ascendente— mis piernas comenzaron a temblar, mientras las lágrimas amenazaban obstinadamente con rodar por mis mejillas en cualquier momento… Me acorralaron y no había salida alguna.
Había denunciado anteriormente una situación de acoso y microagresiones continuas, aunque hoy en día pienso que no debemos minimizar esas acciones, son agresiones y punto.
Me convertí en ese 2% de empleados que optan por alzar la voz ante un trato injusto. Gran error para esta historia. Mi jefe no le dio validez, lo permitió y, en última instancia, me hizo tolerarlo. Al final decidió castigarme por no quedarme callada y me despidieron sin causa alguna.
Un diagnóstico de trastorno depresivo mayor
Unos meses más tarde, cuando se me diagnosticó con trastorno depresivo mayor y empecé a recibir tratamiento por estrés postraumático, entendí que ésa era la nefasta herencia que recibimos los que sobrevivimos a la violencia en el lugar de trabajo.
Lo que queda es una sensación de pérdida tremenda, no tanto de un trabajo, sino de elementos vitales para que los seres humanos podamos funcionar correctamente: Autoestima, confianza y energía para seguir viviendo.
Hablar con otras mujeres (amigas, colegas, conocidas de negocios) me hizo sentirme menos sola, pero no mejor. A través de sus historias, aprendí que las mujeres que soportan y se atreven a denunciar el trato injusto, llámese discriminación, intimidación o acoso, tienden a ser demonizadas.
«Queda una sensación de pérdida de autoestima, confianza y energía para seguir viviendo»
– Mónica Contreras
Alienadas, etiquetadas como mentirosas o, como en mi caso, expulsadas de sus trabajos. Esto sólo aumenta el sentimiento de humillación que es capaz de convertir nuestra salud mental en un infierno.
Hoy les digo que no están solas y que aquí seguiré en lucha junto a la comunidad de mujeres que he hecho para exigir acciones y que no se permitan comportamientos que convierten a los empleadas en pacientes de terapia psicológica a largo plazo.
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