Él es y seguirá siendo la maravilla del diseño americano.
Todo empezó con un post de Instagram, donde un pastel de cumpleaños prendido en fuego celebraba el 40 aniversario de «Marc Jacobs» como marca; en el post, el diseñador salvaba su icónica cartera «Tote» y se iba corriendo.
De ahí nos adelantamos al viernes, en el estoico Park Avenue Armory, los invitados se reunieron en la oscuridad, a la espera de que comenzara el último desfile de la colección de Jacobs. En medio de la luz sombría se percibía la energía anticipatoria en el espacio.
Jacobs siempre ha sido uno de los showman más prolíficos de la moda estadounidense, en esta oportunidad, el comienzo de la pasarela lo ocupaba una mesa plegable gigante y enormes sillas, esculturas del fallecido artista Robert Therrien.
Marc Jacobs celebra 40 años
La pasarela comenzó a despejarse cuando todos tomaron asiento y aproximadamente dos minutos después de las 6:00 p.m., luces brillantes se encendieron iluminando todo y a todos.
Sonó una suave música de piano y las modelos, todas con maquillaje desordenado y peinados más grandes que el look de Dolly Parton, comenzaron a emerger pasando en medio de las esculturas con movimientos rígidos pareciendo muñecas de papel, vistiendo atuendos de proporciones exageradas que parecían pegadas a los cuerpos.
Rápidamente quedó claro que Jacobs no nos iba a dar un nostálgico paseo por el pasado; no se trataba de sus grandes éxitos, ni de revisar su diseño A.D.N.
Sus 40 años se tratan de percepción, de asombro, como se tituló la colección, de las formas en la manera como evoluciona nuestra visión de las cosas. Es sobre la elegancia, la grandeza y la audacia. Su celebración no es más que la continuación de un crecer y crecer más.
Muchos de los looks se inspiraban en la infancia del diseñador, en la década de 1960, como las chaquetas de cuatro bolsillos y tres cuartos de largo, el conjunto de traje de falda, el vestido de mangas acampanadas con gruesas lentejuelas que hacen clic mientras las modelos caminaban.
Vimos Mary Janes de tacón grueso y alargado, así como los bolsos clásicos de Marc Jacobs como el «Venetia», presentados en tamaños gigantescos. Eran prendas extraídas directamente del interior del cerebro de Jacobs y verlas pasar por la pasarela fue como mirar por una pequeña mirilla todo su ingenio, su vida y su carrera.
El estudiante de Parsons que empezó su trayectoria en 1984 es sin duda el diseñador Americano más importante y más presente de su tiempo. Su trascendencia es ya inédita y su poder creativo es sinónimo de supremacía, de alguien que siempre nos va a sorprender (para bien).
Todo «New Yorker» usa sus «Tote Bags» y su identidad, su persona, así como su tienda de libros en Bleecker y 11th son un referencial de la ciudad (un referencial de mucho orgullo para los locales).
Al final de su pasarela, Marc Jacobs salió momentáneamente para hacer una reverencia. Fue casi demasiado rápido, apenas un instante, para percibirse porque tan pronto como se levantó, las luces, justo cuando se encendieron, se apagaron nuevamente.
Con esta última colección, Jacobs ciertamente no intentaba apagar ninguna llama, más bien enciende nuevas luces. Hizo lo que siempre hace: Nos dejó llenos de alegría, preguntándonos qué hará a continuación. Una celebración que simplemente dice aún queda más y queda lo mejor.
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