La mezcla de estos dos artes compagina para crear algo fantástico
El arte, ese mítico ser que buscar retratar nuestra realidad a través de los ojos únicos y especiales de aquellos que se dedican a crearlo, ha sabido mezclarse a la perfección con el cine, no en vano es considerado “el séptimo” de las bellas artes.
Desde sus inicios, al igual que la fotografía, se ha entrelazado con el arte; los futuristas comenzaron a experimentar con pesadas cámaras, donde las líneas corrían como pinturas texturizadas para reflejar el imaginario de la corriente.
El disruptor Marcel Duchamp experimentó con el cine y las imágenes en movimiento. Fernand Léger y su “Ballet Mécanique”, utilizó escenas pregrabadas y las montó sobre una secuencia en donde labios femeninos se mezclan con maquinaria trabajando, algo así como un precursor del video arte.
No está demás mencionar que el cine y el arte se unieron en un matrimonio perfecto con los surrealistas, quienes decidieron hacer elaboradas producciones para mostrar la ideología de su trabajo. ¿Quién puede olvidar esa escena de la Luna, la navaja y el ojo en Un Chien Andalou de Luis Buñuel, o Viridiana y su guiño a “La última cena” de Da Vinci?
Federico Felini iría más allá con 8 1/2, mezclándolos en una película que, a los ojos poco entrenados, es un disfrute visual pero que no llega a la incomprensión del arte contemporáneo, que se vería más adelante, y en donde el matrimonio de estos dos elementos terminaría en divorcio.
Por esta razón no todo es tan visualmente orgánico y como en todo, el tiempo haría la mella en el cambio. Una generación que vivió los terrores de la guerra, dejaría de ser quien lleva la batuta en lo que las personas tendrían que ver.
Es así como las películas creadas por Andy Warhol en The Factory, reflejarían el ambiente de la Nueva York artística de la década de los años sesenta.
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En ellas podemos observar la visión de Warhol y sus seguidores: desnudos, exiliados sociales, feministas, drag queens, punkstars y todo lo que no se apegaba a “la normalidad” de la post guerra.
Es así como el cine comienza a despertar y a conocer que hay algo más allá, que no necesariamente se necesita un estudio de Hollywood para crear una obra maestra, sino la visión artística y plural, además de una cámara para grabar estas escenas, que se convertirán en el reflejo de una realidad; que a la distancia, no será la propia.
Con el paso de los años, el video art se separará del cine y poco a poco comenzaremos a perder esa relación entre ellos, probablemente porque en la década de los setenta y ochenta el box office se comió a los directores antiguos, o porque el arte contemporáneo decidió tomar su propio camino y no dejar que nadie le dictara nada, casi como ese baby boomer rebelde que cambió todo.
Ante este hecho, normalmente cuando imaginamos una película “artística” pensamos en Felini, Ingmar Bergman o cualquier filme de la Nouvel Vague, y en tiempos más recientes a Jodorovsky o David Lynch, quienes con sus narrativas surreales han logrado llevar el arte a las salas de cine -aunque últimamente sin el éxito de la década de los noventa-, el propio Nolan ha llegado a realizar películas de super héroes, dejando muy detrás su celebrada Memento.
Aún con el avance de los superhéroes y el cine mucho más digerible, existen cientos de referencias en el cine “comercial”, donde el arte se mezcla, especialmente con el moderno estático.
Un ejemplo de lo antes mencionado es una de las escenas de Psycho de Alfred Hitchcok y House by the Railroad de Edward Hopper, la segunda busca representar la fealdad y la crudeza de la realidad para criticar aspectos de la sociedad estadounidense, mientras que la primera muestra a un personaje obscuro que representa la represión sexual de la sociedad, ambas enmarcadas en una mansión victoriana que se asoció por muchos años a las típicas casas rurales de Estados Unidos de America.
Ahora, estos destellos de arte no necesariamente tienen que estar relacionados con grandes directores, el arte contemporáneo puede verse también en video clips como «Vogue» de Madonna.
El video es una oda a la estética y arte de los años 30 y 40. No sólo se ve en lo obvio, con los cuadros de Tamara de Lempiscka, también se observa en el minuto cuatro, segundo veintiséis donde se ve a la cantante -enfundada en un corsé de Jean Paul Gaultier-, posando como la obra de Horst P. Horst “The Mainbocher Corset”.
En la película de acción protagonizada por Robert De Niro, Fuego Contra Fuego, vemos una escena inspirada en “Pacific”, del artista canadiense Alex Colville, la cual fue pintada en 1967.
En ella se refleja la tristeza del personaje, el océano Pacífico como escenario de guerra y las batallas libradas durante la Segunda Guerra -un motivo recurrente del pintor en sus obras-, lo que nos hace pensar que el director decidió enmarcar a uno de sus personajes con una analogía similar a la del artista.
Recientemente Prometeus nos regresa a la pesadilla de H.R. Giger, quien creó al monstruo de Alien, que a su vez se inspiró en una obra de Francis Bacon “Retrato del Papa Inocencio X”, donde el rostro del Papa se derrite dejando un rostro cadavérico desencarnado.
Es así como las líneas de arte, conceptualización y cine se entrelazan y nos invitan a ver más allá.
¿Qué es lo que podemos hacer para entender estos destellos de arte en el cine? Educar a nuestros ojos, ver más allá e investigar las relaciones que tienen, especialmente en nuestra sociedad actual, pero sobre todo visitar museos, comprender el arte y leer lo más posible, para así poder tener una visión propia de lo que observamos y de lo que queremos disfrutar en el cine y en el arte.
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